lunes, julio 30, 2007

Historia mexicana en nuestras bocas

A partir de mañana y en las veinticuatro entregas que siguen, trataré de esbozar la síntesis de algunas lecturas sobre la historia de Nueva España o bien el periodo que conocemos con el nombre de “Colonia”. Será un recorrido a través de estampas y no se trata de un curso y menos aún de un ejercicio ensayístico; es mera divulgación de hechos quizá aislados o datos curiosos, aunque existan sí, las mentes capaces de sintetizar en unas veintitantas cuartillas trescientos años de acontecimientos.

Lo que abordaré se va a tratar de una serie titulada “Nueva España” porque arranca desde la caída de Tenochtitlán, ocurrida el 13 de agosto de 1521, hasta la firma de los Tratados de Córdoba, el 24 de agosto de 1821. No hace falta más que buen ojo para percatarse de la peculiaridad de las dos fechas, la primera marca el inicio del “nuevo mundo” y la otra el final de la colonia de un imperio y son, exactamente, trescientos años con once días. Justo al finalizar ese tirón de tres centurias (que se dice tan fácil) sucede la configuración de lo que forjará aquel vago recuerdo que aún conserva el germen de la nación mexicana, pues de aquel amasijo “nació” México, hace casi doscientos años. ¿O no le parece un poco aventurado celebrar la “independencia” once años anteriores de su verdadera consumación? Es como si cualquiera de nosotros celebrásemos la fiesta de cumpleaños a partir de la fecha en que fuimos concebidos y no de cuando nos parieron. Cuestión de enfoques.

Seguiré un hilo conductor que se mide en épocas. Trescientos años con once días no configuran una sola época y salvo mejores precisiones se trata de: Conquista, Evangelización, Consolidación, Virreinato, Crisis, corrupción y decadencia en la casa de Habsburgo (o la “España de los Austrias”) y Nueva España durante las Reformas Borbónicas para finalmente llegar a la etapa de la Insurrección. Y como la intención de los siguientes textos no se trata de ligar un solo “curso” —en el entendido de una formación escolar— sino de mostrar las barajas de una larga jugada, cada uno de los artículos puede leerse con toda independencia del que lo ha antecedido. Las entregas están construidas para su lectura en dos formas: la primera es libre, cada texto es una estampa que da indica inicio y fin con dos factores determinantes para el discurso histórico, que son espacio y tiempo. La segunda manera de lectura es leer estas entregas a manera de continuación, pues cada una lleva su identificación de serie y número progresivo.

Las veinticinco entregas que vienen, repito, no son un curso rápido de historia del México colonial, sino más bien datos o hechos interesantes y curiosos que por su naturaleza escapan a las grandes síntesis que todos los mexicanos hemos estudiado, sufrido y padecido mientras sucedía la educación elemental. Es obvio que no podremos escapar a los nombres de los que “nos dieron patria y libertad”, pero también es seguro que en algún sitio de nuestras vidas hay la necesidad por saber que no eran los únicos que construían un país nuevo.

Iniciemos este periplo sin olvidar que en cualquier biblioteca más o menos bien dotada hay, por lo menos, una historia general de México. Sea para bien.