Foto: Pamela Albarracín
Es que no todo lo que brilla es oro. En Marbella (Málaga, España) un chico de quince años de edad, Alejandro Santaella, ha vendido sólo en tres días, mil ejemplares de su primera novela titulada Sebastián y el cetro de la vida. Y es claro que con esas ganancias el muchacho no se irá de fin de semana a Londres, pero de que inició su carrera de escritor con el pie derecho pues ni duda cabe. ¿Y dónde carajos radica el éxito de un libro, en las ventas, en el número de lectores que adquiere, en el tamaño de la campaña publicitaria, en los afanes de los libreros por exhibirle o en escribirlo para los lectores?
Resulta obvio que la pregunta anterior merece varias respuestas, pero motiva a una reflexión: ¿es viable sopesar el valor de un libro por el número de lectores que tiene? Pues quién sabe y aunque mi siguiente comentario provocará más críticas que adhesiones, pues la Biblia no es precisamente un libro del que se presuma un estilo literario definido y en el mundo cristiano, más que en el católico, tiene millones de lectores. Pero entonces hay que recalcar algo, la Biblia no se lee porque se le considere literatura. Si nos atenemos sólo a la literatura, un libro que las cifras reportan como el más editado y vendido en español es El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, y ¿puede usted decirme a cuántas personas conoce que hayan leído el Quijote? Una última muestra, Cien años de soledad, la novela cumbre de Gabriel García Márquez y que ha merecido la edición conmemorativa, ¿de verdad es un libro común en los hogares latinoamericanos?
Pero fuera de los famosos, los obligados, los polémicos y los que se venden porque están de moda, ¿podemos suponer al menos cuántas editoriales y sub-editoriales existen en este país? Sobre todo ahora, que con las nuevas tecnologías, cada quien puede editar su libro en casa y distribuirlo a los amigos, pero será que los títulos inscritos en el sistema bibliotecario nacional son los únicos que se producen. Conozco a escritores locales y con obra publicada que ni siquiera tiene la preocupación por el registro en Derechos de Autor, que ven los ISBN como un engorro que en lugar de conferir cierta seguridad a su publicación, le dota un alma tiranizada por la burocracia que se ejerce sobre el libro.
Sigo con la necedad o la enmienda de que no conocemos aún el terreno sobre el que nos movemos. Por eso no debe sorprendernos cuando nos enteramos del verdadero destino que tienen aquellas obras que no son vendidas y que es: la guillotina; sí, los libros se convierten en tiritas de papel que van a parar al reciclaje. No es un acto de vandalismo, es una prudencia de parte de los editores que no están dispuestos a seguir almacenando un bien que está causando impuestos. ¿Por qué no se ponen en oferta? ¿Por qué no se donan? ¿Por qué en México se comienza a discutir tirar sólo doscientos volúmenes de una obra cuando en Marbella un chico logra vender mil ejemplares en sólo tres días? Ahora sí, créame que este es un país donde abundan las maravillas.
Hace algunos meses, en febrero para ser preciso, entrevisté a Félix Báez Jorge, regente de la Editora de Gobierno, con motivo de la presencia de Veracruz en la feria del libro del Palacio de Minería. El funcionario explicó que estaban seguros del éxito que iba a tener la producción veracruzana, y cuando dijo que los tirajes promedio de la editora eran de trescientos ejemplares, le pregunté si no le hacía una bicoca para una potencial cantidad de lectores. No lo dudó y me espetó: ¿le parecería mejor que haga dos mil libros y estén embodegados?
Bodegas o guillotinas, ni cómo ayudarnos.