lunes, julio 09, 2007

¿Y la octava maravilla mexicana?


Las frases y las modas: mudan y van de la mano con los grandes o pequeños acontecimientos que son capaces de significarle algo a la sociedad que lo vive. Si alguien expresa: “El terrible 85”. “La muerte de la democracia”, “El triunfo del espurio” o “La gran devaluación”, pues necesariamente tendrá que intercambiar ideas con un interlocutor que al menos comparta las mismas referencias. Imagínense a un mexicano que platicara: “El año que ganamos el mundial” o “El año en que terminé de pagar mi casa, compre un auto y abrí la cuenta en el banco”.

Hace mucho tiempo que en lo particular no escuchaba esa frase tan de salvavidas para tachar a una persona que se pensaba como imprescindible: “Se cree la octava maravilla”. Se le imponía a las chicas que se imaginaban tan guapas (que seguramente en su vida han caminado por Sevilla o La Habana), o los tipos que ante un grupo de tontos se jactaban como los mejor preparados (y que sus licenciaturas pertenecen a institutos pueblerinos y sus maestrías a las universidades a distancia), o peor tantito, a los compadres que estrenaban su Nisan recién adquirido de autofinanciamiento y conducían despacito, por las calles de su colonia, para que el resto de los vecinos se percatara de quiénes son los nuevos ricos.

Pero es que somos un país lleno de maravillosos y maravillados. Para empezar, “maravilla” viene del latín mirabilia, se refiere a un suceso o cosa extraordinarios que causan admiración. La palabra está en uso, en nuestro idioma, desde el siglo XIV a la actualidad. Y esto de creerse la “octava maravilla” se registra hacia el siglo XVI. ¿Y cómo no salir con orgullo este lunes cuando ya demostramos que somos bien, pero requete bien chingones? Un vestigio maya, de México, se incluyó entre los nuevos monumentos propuestos como las nuevas siete maravillas del mundo, le pelaron los dientes a catorce sitios más; los orangutanes que están contratados en la selección nacional, metieron seis goles a los paraguayos… y un periódico comienza así la nota que usted, con seguridad, ya leyó: “La selección de México no tuvo piedad de Paraguay y lo goleó 6-0”. El nuestro es un país de puros eufemismos.

Sigamos con nuestras maravillas nacionales. La Basílica de Guadalupe, en la ciudad de México, recibió a unos catorce millones de visitantes durante el año 2006; la virgen morena se chingó a san Pedro y al santuario de Lourdes. Esto seguramente puso loco de más contento al cardenal Norberto Rivera —alias el “Pedro Picapiedra”— quien seguramente correrá (pero sobre avión) hacia Roma para decirle al santo padre: “Ya vio usted patrón, cuál que el número de católicos está a la baja? Por eso condenó el aborto, “pa´ que mis indios se multipliquen como conejos”. ¿Cuál pocos católicos? O feligreses y turistas demuestran que la Guadalupana y san Juan Diego juntos, son más atractivos para el turismo que Frida Kahlo y Diego Rivera; que Martha Sahagún y Vicentillo Fox.

Si a estas alturas aún no se pone la camiseta de ciudadano mexicano, piénselo bien. Una candidata a octava maravilla es la alcancía más rica del planeta, pero en casa de un particular. Estamos de acuerdo que aún en algunos compatriotas existe la disciplina del ahorro y que una importante cantidad de chamacos echan la moneda diaria a la alcancía en forma de cochinito, o de gallinita ponedora o de caja fuerte. ¿A poco no es maravilloso el chinito Zhenli Ye Gon, que con más curia que manía logró acomodar nomás poco arriba de doscientos millones de dólares en su casita de Las Lomas de Chapultepec, una de las zonas más lujosas de la capital azteca?

Pero yo le aseguro que en cada cuadra, en cada barrio, hay una maravilla mexicana que estará a punto de ser famosa y conocida.