martes, julio 17, 2007

Roberto Williams o los mitos hechos a mano

Antes de escribir o detallar dos o tres anécdotas que me ha tocado compartir en algunas de las muchas andanzas de Roberto Williams García, creo que hay otra anécdota o maledicencia que pintan al antropólogo a la perfección. Como es noticia del dominio público, hoy se le rinde un homenaje en el teatro del Estado. Pertenecía a lo privado que hace unos días una periodista cultural telefoneó al estudio de quien esto escribe para solicitar una fotografía del maestro, pues la necesitaba para completar cierta información. Me negué a su petición porque le expliqué que las fotos en mi poder retrataban al “Williams de comelitones y bohemias” pero no al “doctor en etnología”.

Luego de un “estira” que no llegó al “afloja”, comentamos sobre Roberto Williams: de su origen coatzacoalqueño, de sus ochenta y dos años de edad, de sus libros escritos y su impresionante y envidiable biblioteca, de sus tremendas y exageradas crónicas que detallan el pulso cultural de Xalapa, de su calidez como joven octogenario y de su gusto por la buena mesa y las mujeres atractivas. Llegados al último punto le sugerí que le visitara en su domicilio y le requiriera una fotografía. La periodista comenzó a reír y me explicó que no tenía mucho tiempo libre como para irse a la “cueva del lobo”. Compartí su opinión y refrendé que para visitar al amigo, maestro e intelectual, hace falta una sobredosis de humildad académica y una generosa sobra de tiempo para que no quede algo en el tintero. Ella, guapa, cerró el tema con un comentario que pinta al doctor en su más elegante galanía: “Conozco a Roberto de hace muchos años y antes de permitirse una foto, es capaz de servirme una copa y echarme los perros”. Es un viejo enamorado que aún conserva la mirada del tigre juvenil y la suspicacia del buen orador. Ni duda cabe.

Y es que una de las cualidades de “don Roberto” es saber llegar al punto que motiva a que la gente hable de sus propias historias, a que digan sus preocupaciones, sus amores, sus mentiras. Y esa virtud sólo es conferida por los años de práctica, de ansia por saber de los demás, de lecturas previas que no se hacen para sobajar con quien se charla sino para tratar de entender el tiempo y el espacio en que se mueven y llegar al fin a la cosmovisión. Williams es habilidoso para envenenar la punta del dardo y lanzarlo justo a donde hará el efecto deseado: “Habla”. Williams es mañoso para que el incauto piense que se trata de un viejecito correcto pero con el defecto de ser preguntón e ignorante, “No entiendo, explíqueme usted que sí sabe”. Williams es lo bastante adulador para hacer caer a los demás y entonces quedar como el hombre que nunca ha dejado de ser como lo confirma una frase de moda: “políticamente correcto”.

En cierta ocasión acompañé a Roberto Williams a una fiesta de santo patrono de pueblo, de esas donde en cada domicilio echan la casa por la ventana y el platillo fuerte es el mole. Él me juró que lo habían invitado a comer —y como buen mexicano, él llevaba a su propio invitado— y por más que buscamos la dirección, pues nunca dimos. Tras desistir, él dijo: “Espérate, vamos a caminar por esta calle y donde nos fijemos que está más bueno el mole, allí nos metemos, ¿qué tiene de malo?” No le creí. Su punto de referencia era atisbar donde hubiera más gente, sinónimo de que allí la comida era sabrosa y cuando dimos con la casa bien concurrida, se acercó a donde unas mujeres palmeaban la masa para hacer las tortillas. “Oiga, ¿no sabe dónde vive don Perenganito?” “No señor” “Es que nos invitó a comer pero ya nos perdimos y venimos de muy lejos” “Pasen ustedes, ¿qué andan buscando por allí?” “Es que nos da vergüenza” “Con toda confianza, están en su casa” Y como dice el refrán: a comer y a misa…

Otra vez fue cuando en Alto Lucero una guapa muchacha le mostraba el pueblo. “Y mire usted, ahora vamos al mirador” y el etnólogo maravillado: “Qué hermoso lugar, ¿por qué no nací aquí? Así cuando me preguntaran, ‘¿de dónde es usted?’ ay, diría con todo el orgullo: ‘de Alto Lucero, señores’ ¿no le parece, señorita?” Cuando tuvimos la oportunidad de estar solos, le pregunté si de verdad le gustaba tanto el pueblo, él me dijo que eso decía en todos lados para que a la hora de la comida lo atendieran como rey.

¿Qué más escribir sobre Roberto Williams García? Sin duda un hombre a quien se debe leer con atención, pero cuando se puede, se debe charlar con él, porque son experiencias inolvidables.