El virrey era una especie de astro en el gobierno central de la Nueva España. Generalmente era pariente del rey y entre familia, los negocios de realeza brillan mejor, pero la sobresaliente manera de controlar la colonia, vistas las distancias y las extensiones que había que gobernar, era sembrar la discordia. Enfrentamientos y desconfianzas son dos palabras constantes durante la gestión de los virreyes. La estructura era más o menos la siguiente: a la cabeza el rey, luego su Consejo de Indias, en España. Allende los mares: el virrey, pero sometido a la Real Audiencia y a partir de allí, alcaldes mayores, corregidores, gobernadores y cabildos. Y es que uno puede imaginarse el tremendo poder de los virreyes, sí, sobre todo en una colonia donde el pueblo respondía con mayor lealtad a los hombres de la Iglesia que a los tipos por el rey.
Conozcamos los periodos de gestión de los 32 afortunados que se embarcaron a la Nueva España para refulgir como un sol donde las tinieblas de la mezquindad administrativa eran la cuenta corriente. Bajo el reinado de Carlos V (1519-1556) gobernaron: Antonio de Mendoza, conde Tendilla fue el primer virrey de la Nueva España, de 1535 a 1550. Lo reveló Luis de Velasco, quien dejó su cargo en 1564.
Bajo el reinado de Felipe II hubo necesidad de una “Audiencia gobernadora”, hasta que en 1566 llegó un tal Gastón de Peralta, marqués de Falces; tres años de mandato y otra audiencia; el cuarto virrey, Martín Enríquez de Almansa, llegó en 1568 para que en 1580 le sucediera un gallego, Lorenzo Suárez, conde de La Coruña, quien sólo aguantó tres años. Otra audiencia y poco duró el gusto al entonces arzobispo de México, Pedro Moya de Contreras, quien sólo ocupó el cargo durante el año 1584; del 85 al 90, vino un Álvaro Manríquez de Zúñiga, el siguiente quinquenio Luis de Velasco II, y del año 95 a 1603 el puesto corresponde a Gaspar de Zúñiga y Acevedo.
Felipe III gobierna España de 1598 a 1621. En menos de cien años que la Metrópoli lleva de regentear colonias, está cada vez más gastada y llena de deudas. Y viaje directo a la América para Juan de Mendoza y Luna, quien desembarca en 1603 para despedirse en 1607. De allí repite Luis de Velasco II, sólo que ahora convertido en “marqués de Salinas”, aguanta hasta 1611 cuando entrega la estafeta a otro arzobispo, Fray García Guerra, quien cuida el changarro hasta que llegue, en 1612, Diego Fernández de Córdoba, quien va a despachar muy a gustito hasta 1621. Ha muerto el rey.
Felipe IV ocupa el trono de España y despacha a su nuevo virrey, Diego Carrillo de Mendoza y Pimentel, a quien no le valieron tantos apellidos y marquesados porque en 1624 es Rodrigo Pacheco y Osorio a quien se le muelen los riñones por un viaje tan molesto como el de Veracruz a México. En 1635 es Lope Díaz de Aux de Armendáriz y cuando los funcionarios ya escriben el nombre del virrey sin faltas de ortografía, ah qué bien chingan, en 1640 se tienen que memorizar uno más difícil, el gobernante número diecisiete de la Nueva España fue: Diego López Pacheco Cabrera y Bobadilla, marqués de Villena, duque de Escalona y Grande de España. ¿Y para qué tanto alboroto si nomás se echó dos añitos? En 1642, nomás para que no se enfriaran las chinches de la silla, Juan de Palafox y Mendoza, obispo de Puebla, ocupa el cargo. García Sarmiento de Sotomayor, quien entrega despacho en 1648 a Marcos de Torres y Rueda, obispo de Yucatán (otra vez a cuidar un año). Llega Luis Enrique de Guzmán en 1650 y tres años después, Francisco Fernández de la Cueva, quien en 1660 deja su puesto a Juan Francisco de Leyva y de la Cerda, un condecito que se mete a líos, porque el virrey número 24 iba a ser otro obispo de Puebla. Diego Osorio de Escobar y Llamas.
Carlos II llega al trono en el año de 1665 y su reinado se prolongará 35 años. Él ratifica a un virrey: Antonio Sebastián de Toledo (1664-1673) y despacha a siete más. Pedro Nuño Colón de Portugal, en 1673. Fray Payo Enríquez de Rivera, arzobispo de México, ocupa a sus dos nalgas la silla virreinal, del 73 a 1680. Tomás Antonio de la Cerda y Aragón, del 80 a 1686; Melchor Portocarrero lasso de la Vega, del 86 a 1688; Gaspar de la Cerda Sandoval Silva y Mendoza, del 88 a 1696. El virrey número 31 es un obispo que cuida el cambio de estafeta, Juan de Ortega y Montañez. En 1696 se designa virrey a José Sarmiento y Valladares, conde consorte de Moctezuma y Tula, gobernaría hasta 1701.