Toda conquista es dolorosa porque supone la fuerza que sojuzga a una debilidad que además de sorprendida, no entiende a la cultura que impone el amo. Y es que tras el establecimiento de México sobre las ruinas de la antigua Tenochtitlan, había que continuar con las exploraciones y por lo tanto, con la expansión de la colonia. El “nuevo mundo” que iban descubriendo los españoles era más grande y rico de lo que pudieron suponer. Pero entonces, ¿cómo se repartirían las riquezas, los territorios y los seres humanos?
Los conquistadores originales se adjudicaban el derecho a encontrar nuevos territorios y decir esto es mío; a fin de cuentos ellos se habían partido las espaldas sobre los lomos de los caballos y a pesar de la diferencia en armamentos, alegaban que de no haber sido por intervención divina cualquier punta envenenada de las flechas que disparaban los condenados indios, pues les hubiera atravesado el cuero. Que deténgase a pensarlo, su majestad, sopese bien quién arriesgó más: el que se mojó el culo en las aguas salobres de la laguna o el hijodeputa que desembarcó y ahora también quiere lo suyo. Y además, para ser conquistador nada más había que tener permiso real: anda tu, perengano, lárgate a hurtar lo ajeno y de lo que robes, me toca el 20% (el famoso “quinto real”), la tierra se anexa a Castilla y te la presto, con todo y gente, para que la trabajes y no te olvides de mi quinto real. Bonita la cosa.
Hernán Cortés, que ya pasaba noches entre la cama de la Marina (Malitzin) y su esposa la oriunda de España, había puesto de su dinero para emprender aquella conquista y sentía los arrojos suficientes como dar y repartir. Mandó traer a sus parientes y a la voz de agárralo macho, que lo tuyo es mío, hizo la rabieta de su vida cuando su majestad nomás lo honró con un marquesado, en Oaxaca. Pero no sabía ya que en la misma península Ibérica se pregonaba a los cuatro vientos: el que quiera y pueda, váyase al Nuevo Mundo, invierta en su gloria y en la de este reino, sólo tiene que demostrar ser cristiano viejo y con una residencia por estos lares.
Conjuras, apretadas de cojones y patadas en las espinillas eran travesuras comunes entre los tipos que trajeron su fe y civilización. Se comienzan a crear las primeras instituciones para administrar y gobernar lo nuevo y a través de lo que se llamó el Real Patronato Indiano, los reyes tienen carta abierta para intervenir en los asuntos eclesiásticos de las colonias americanas. Son tres la bulas que ostentan: facultad de enviar misioneros, derecho a percibir diezmos y presentar candidatos para ocupar los altos cargos. El aparato Iglesia-Estado venía a ocupar el lugar de la recién derrocada Teocracia.
¿Y los indios, estaban comiendo tacos? Pues como el oro se agotó pronto, había que echar mano de otros bienes y servicios y como en las colonias no se empleaba la moneda a la usanza europea, el reparto de la riqueza se tiene que hacer a la manera feudal. ¿Cuál era la riqueza estable? Pueblos, señoríos, tierras, pensiones y sueldos. Iniciará entonces lo que se conocería como “Repartimiento” y de las ganancias habrá que sacrificar el quinto real y otro porcentaje para sostener a la Iglesia. Y ante la ambición, la corona no sólo favorece a los conquistadores, abre ofertas a nuevos pobladores, a la misma Iglesia y ella se reserva uno que otro pueblo. Que dice su majestad que hay para todos, pedazo de gandules.
¿Los indios nomás se quedaban mirando? No, señor. La corona los defendió, eran sus protegidos, pero si llegaban a sublevarse entonces era permitido convertirlos en esclavos, por mal agradecidos. Es que hay cada gente. ¿O no se habían enterado estos que en 1494, dos años después que Colón pusiera de cabeza a Occidente por el descubrimiento del nuevo mundo, en Tordesillas el papa Alejandro Borja ordenó trazar una línea donde repartía el derecho a las nuevas tierras sólo a dos países, que eran España y Portugal? Pero bajo la promesa de llevar y propagar la verdadera fe. Y si estos infelices e infieles no entendían por la buena, amarren bien a mis niños que ahí les va su fierro caliente, una letra “g” en el cachete, para que se enteren los demás que ahora se trata de un esclavo aprehendido en “guerra justa”.
Por último, leamos un fragmento de un informe escrito por Vasco de Quiroga, en 1535: “…y sin perdonar á mugeres ni á niños ni á niñas menores de catorce años, y hasta los niños de teta de tres o cuatro meses, y todas y todos herrados con el dicho hierro tan grande que apenas les cabe en los carrillos”.