viernes, agosto 31, 2007

El mejor indio está borracho, desirve a Dios

(México novohispano 19-25)

El indio que aprendió a hablar “Castilla” se convierte en un ser “ladino” porque está más o menos dotado de lectio que le impartieron los frailes y de algunas nociones en latín. Es un tipo peligroso para los ojos de los conquistadores espirituales, porque apenas si habla el idioma de su dominador, posee virtudes que un pobre fraile jamás podrá alcanzar: dominio sobre el medio natural y una cultura ancestral. El indio es un cristiano nuevo al que sus predicadores miran como si de niños se tratase, por eso recomiendan que deben explicarles las cosas más de una vez y no caer en la tentación de desesperarse. Qué lejos estaba el conquistador del sometido; el indio emplea metáforas que el fraile jamás entenderá y entre más se exterminen los naturales, mejor será.

Juan de Palafox y Mendoza, el célebre arzobispo, en el año 1648, describe la naturaleza del indio: “Son muy templados en la sensualidad cuando no se hallan ocupados los sentidos y embriagados con unas bebidas fuertes que acostumbran de pulque, tepache, vuingui y otras de ese género. Y aunque tienen entonces algunas flaquezas grandes y al vicio de la sensualidad no hace menos grave el de la embriaguez; pero mal podríamos condensar comparativamente, a estos miserables indios que pecasen e hiciesen [ocupados o embrazados de sus sentidos], lo que hombres muy hábiles y despiertos y políticos pecan con todos sus sentidos desocupados”.

El problema que las autoridades virreinales advertían era que, ya ebrios, se olvidaban de los buenos modales y regresaban a su estado primitivo. Un siglo antes de que Palafox tratara sobre la sensualidad de su comportamiento, una Real Cédula firmada en Toledo, hacia 1529, sugiere que los indios fortifican el pulque con cierta raíz y por ello: “Y así emborrachados hacen sus ceremonias y sacrificios que solían hacer antiguamente, y como están furiosos ponen las manos los unos en los otros y se matan. Y además de esto se sigue de la dicha embriaguez muchos vicios carnales y nefandos, de lo cual Dios Nuestro Señor es muy deservido, y que para el remedio de ello convendría que no se sembrara la tal raíz”.

¿Tan fuerte empinaban el codo los antiguos mexicanos? Hay una explicación.

A partir de la conquista, el calendario español se empata con el prehispánico y los días de fiesta se extienden de una forma apabullante. Los indios, que tenían al pulque como una bebida ceremonial, se ven invadidos de festejos y como antes de la colonia, eran los días en que la embriaguez estaba permitida, la borrachera se convierte en un mal que aqueja seriamente a la población. La ciudad de México, noble y muy leal, contaba para el año de 1664 con doscientas doce pulquerías. Como el alcoholismo de la población va asociado con desorden, ese mismo año, Francisco Sainz Izquierdo, corregidor de la capital, ordena que se derrame todo el pulque existente en la ciudad. El número de expendios baja a cincuenta. Aquella medida sólo frenó el problema medianamente, pues surgieron expendios clandestinos.

Los bebederos autorizados de pulque despechaban desde la una de la tarde hasta las nueve de la noche, pero eran disposiciones que rara vez se cumplían, al grado que existía una frase característica entre los borrachines y mendigos de la ciudad de México: “hacer la mañana” (que significaba desayunarse con aguardiente). Y es que no sólo el pulque hacía de las suyas, porque si bien la fabricación y venta del aguardiente de caña era una actividad muy vigilada, la proliferación de bebidas fermentadas a partir de cáscaras y la destilación de los mismos, era posible siempre y cuando se tuviera un alambique a la mano.

Bebidas de alta graduación, como los aguardientes, se prohibían debido a que se intentaba proteger la venta de productos españoles. Pero como el vino que llegaba a Veracruz era malo, ya que llegaba “mareado”, tenía que agregársele especias para crear licores diferentes. La palabra “alocarse” puede tener su origen en la bebida llamada “Aloque”, que era uno de estos vinos preparados y que se hacían fuertes o consistentes gracias a: canela, nuez moscada, clavo de olor y jengibre. Ahora se piensa que en los conventos, antes de la creación del rompope, su precursor fue una bebida llamada “Caspiroleta”, que se preparaba con leche, huevos, canela y aguardiente. Y aunque estos productos se destinaban principalmente a las mesas españolas, el pueblo común humedecía sus gargantas con el pulque, una de las pocas bebidas autóctonas y que se había consolidado en el gusto popular.

¿Pueblo en constante ebriedad? El expendio para el aguardiente eran las vinaterías y los zangarros. Una de las bebidas destiladas más famosas era el “chiringuito”: “Para fabricar el chiringuito, se echaba simplemente agua y miel prieta en cueros de res, que se colocaban en un cuarto con braseros para calentar la mezcla y acelerar la fermentación. Después el líquido se pasaba al alambique, en el que se llevaba a cabo la destilación para obtener un refino de caña”.

La completísima investigación de Janet Long, en quien me he basado para escribir este artículo, proporciona un listado de las bebidas alcohólicas más usuales en la Nueva España del siglo XVIII. Transcribo sólo algunas: Aguardiente criollo de san Luis de la Paz, aguamiel, cerveza, chica, chiringuito, mezcal, pulque, revoltijo, sangre de conejo, pozole, tejuino, tepache, tlachique, timbiriche, vino (de: uva, caña, mezcal, palmas silvestres y tuna), ponche de cidra y zambumbia.