Aclaración inicial: El texto que se incluye a continuación, fue tomado del libro: “Sor Juana Inés de a Cruz o Las trampas de la fe”, de Octavio Paz. La edición pertenece al Fondo de Cultura Económica, en su decimotercera reimpresión, hecha en 2003. Al final de cada párrafo, se incluye entre paréntesis el número de página.
“Entre los teólogos que escribieron opiniones elogiosas sobre sor Juana en la primera edición del segundo tomo de sus obras (Sevilla, 1692) hay uno que, asombrado del ingenio de la monja, escribe con toda inocencia que la autora de esos conceptos no es mujer sino ‘un hombre con toda la barba’... me parece que la ‘masculinidad’ de sor Juana, para llamarla así, fue más psicológica que biológica y más social que psicológica” (p. 93).
“Juana Ramírez de Asbaje nació en san Miguel Nepantla, una alquería en las faldas del Popocatépetl... Una fe de bautismo en la parroquia de Chimalhuacán, a cuya jurisdicción pertenecía Nepantla. En ella se asienta que el 2 de diciembre de 1648 fue bautizada una niña. ‘Inés, hija de la Iglesia; fueron sus padrinos Miguel Ramírez y Beatriz Ramírez’. Los padrinos eran hermanos de la madre de Juana Inés” (p.96-97).
“Debe haberse inclinado por el uso del apellido materno por una razón: vivó siempre, hasta que tomó el velo, en el círculo de la familia de su madre. El convento en que profesó, el de San Jerónimo, estaba reservado únicamente a las criollas y varias mujeres de su familia fueron también monjas de San Jerónimo” (p. 100).
“...Refiere que a los tres años obtuvo, no sin engaños y ruegos, que la maestra de una de sus hermanas mayores le diese lecciones... también nos cuenta que no comía queso porque le habían dicho que entontecía; podía más en ella ‘el deseo de saber que el de comer’. A los seis o siete años ya sabía leer y escribir. Entonces, se le ocurrió pedir a su madre que la enviase a la Universidad vestida de hombre. Ante la previsible negativa, se consoló estudiando y leyendo en la biblioteca de su abuelo. Para aprender gramática, se cortaba cinco o seis dedos de pelo y se los volvía si, en un plazo que ella misma se fijaba, no había aprendido la lección: no le parecía que ‘estuviese vestida de cabellos cabeza que estaba tan desprovista de noticias” (p.109).
“En una sociedad jerárquica como la de sor Juana, en la que el nacimiento no sólo otorgaba nombre y rango sino que era el fundamento del orden social, el saber —la leche de la sabiduría— era uno de los recursos más seguros contra el infortunio de un nacimiento plebeyo o ilegítimo” (p.120)
“La imagen de la biblioteca como refugio en donde se repliega la afectividad de Juana Inés y se despliega su actividad mental... El conocimiento es transgresión. Ella misma lo dice: lee todos los libros sin que ‘basten los castigos a estorbarla’. La transgresión es virilización: niña, se corta el pelo y quiere vestirse de hombre; joven, neutraliza su sexo bajo los hábitos de la religiosa... La biblioteca es un tesoro que consiste en libros hechos por hombres, acumulados por ellos y distibuidos entre ellos... El saber es osadía, violencia” (p. 121-122).
“...Fue a México niña todavía, cuando tendría unos ocho o diez años. Pedro Ramírez, el abuelo, murió en enero de 1656 y sin duda Juana Inés dejó la hacienda de Panoayán poco tiempo después. En 1669, a los veintiún años entra en el convento de San Jerónimo, de modo que vivió unos doce años sola, primero con unos parientes y luego en la corte... La soledad, de nuevo, se presenta como su elemento natural, su condición originaria: Juana Inés es una planta que crece en una tierra de nadie... muy pronto se dio cuenta de que no tenía sitio en el mundo. El estudio, más que el trato con sus parientes, fue otra vez su escudo contra los otros y contra sí misma” (p. 126-127).
“Sea porque sus parientes pensaron que en la corte encontraría acomodo o porque no querían la responsabilidad de tener en casa un prodigio tan quebradizo como Juan Inés —linda, virgen y desvalida— la llevaron al palacio virreinal y la presentaron a la recién llegada virreina, doña Leonor Carreto” (p.128).
“La vida religiosa en el siglo XVII, era una profesión” (p. 149).
“Sor Juana no ignora que hay otras vías de salvación y, entre ellas, para las mujeres, la más frecuentada y normal es la del matrimonio. No para ella... La elección de Juana Inés no fue el resultado de una crisis espiritual ni de un desengaño sentimental. Fue una decisión sensata, consecuente con la moral de la época y con los usos y convicciones de su clase. El convento no era escala hacia Dios sino refugio de una mujer que estaba sola en el mundo” (p.157).