El inicio “oficial” de Nueva España se sitúa en el año de 1521, cuando se rinde la ciudad de Tenochtilan. Y como todo ente político, económico y cultural en crecimiento y a pesar de sus contradicciones, su capital, la ciudad de México-Tenochtitlan, fue una de las ciudades más opulentas en su época. Un siglo posterior a la conquista, la capital es un reflejo de todo el virreinato; en una sola calle, el caminante o el viajero se puede encontrar con las edificaciones más lujosas, los comercios mejor surtidos y la miseria a flor de tierra. Ese paisaje bucólico que propone Grandeza Mexicana, poema escrito por Bernardo de Balbuena, no es sino mera invención del artificio propio del periodo barroco: hacer adornos a lo que ya está adornado.
“Cruzan sus anchas calles mil hermosas/ acequias que cual sierpes cristalinas,/ dan vueltas y revueltas deleitosas/ llenas de estrechos barcos, ricas minas/ de provisión, sustento y materiales/ a sus fábricas y obras peregrinas”. Balbuena hacía su trabajo de poeta y como tal, debía poner ornatos donde sí, efectivamente eran flores al jarrón, por lo animado que se ponía el tráfico en aquellos siete canales con que contaba la ciudad, aún situada en medio de un lago y a la que se accedía, vía terrestre, sólo por tres calzadas. Pero eso de canales como “sierpes cristalinas” era porque el autor de los versos no se había tomado la molestia de hacer coincidir con sonoras rimas: aguas salitrosas infestadas con basura, desperdicios, animales muertos y de vez en cuando, flotando culo bien arriba, uno que otro cadáver. Y antes de horrorizarse por la higiene de los capitalinos novohispanos, sólo apostillaré que existen las crónicas del siglo XVII sobre Venecia, París y Roma, donde la descripción de la fetidez ambiental es nota principal.
Un siglo posterior a la conquista de Tenochtitlan (la de Nueva España se llevaría prácticamente los trescientos años de colonia), mientras los capitalinos deambulaban por su cuidad en la que habitaban unas quince mil familias españolas, ochenta mil indios y calculan que unos cincuenta mil negros y mulatos, esclavos y libertos, vagabundos y anexos; al norte del continente sucedía un arribaje. Los documentos cuentan que se trataba de ciento dos tripulantes que desembarcaron del “Maryflower” (Flor de Mayo), un barco que los condujo hasta la helada y gris bahía de Massachusetts. Los recién llegados por el Atlántico Norte jamás podrían incluir en sus informes detalles tan coloridos como los de sus “colegas” hispanos cuando su llegada a la Vera Cruz.
Los nuevos descubridores también querían oro y también pensaban convertir al cristianismo a quienes hallaran a su paso. Se encontraron ausencia de minas y a indios no establecidos en ciudades. Pero ellos traían, por decirlo, una forma nueva de colonizar: la compañía por acciones. España confiaba tanto en su Dios como en su rey; la colonización y evangelización hispana era más una cuestión de fe. Muy al norte las cosas eran distintas. ¿Quiere usted participar en la colonización del mundo descubierto por esos pretenciosos, católicos y obstinados españoles? Invierta con nosotros. Los Estuardo eran más prácticos que los Habsburgo, descubran y nada de encomiendas ni de protecciones y menos aún de revolverse con la indiada; antes de expandir la raza, esto es un negocio, damas y caballeros. Si cualquier españolito afincado en el Nuevo Mundo les hubiera escuchado parte de los planes, joder, pues hubiese mandado a su esposa a la misa para que su criada mulata se dejara sobar las nalgas y añadir: “¿Y trabajar cuando yo me la paso de puta madre?”
Ya los ingleses se encontrarían con su versión norteña de la Malinche de Mesoamérica, pero esta llevaba por nombre Pocahontas. Los recién llegados con la palabra confortante de su Biblia.
Los novohispanos con libros, imprenta establecida desde 1537, universidades, monasterios, música ya propia, ciencia, lujos, concursos de poesía, minas y otras riquezas naturales, capoteaban los a veces descabellados criterios de administración enviados desde España y por otra, con los predominadotes comunes de la colonia americana: lejanía, virrey en constante entredicho por enemistades civiles y eclesiásticas, pugnas entre el clero regular y secular. Palabras. Barroco. Grilla. Barroco. Embustes. Barroco.