miércoles, agosto 01, 2007

A Tenochtitlan llegaron bergantines cargados de…

(México novohispano 2/25)

Tras el episodio de la “Noche triste” Hernán Cortés ya había comprendido que si bien los mexicas ya no los tenían como teules (dioses), sí estaban en desventaja con respecto a la capacidad guerrera de los invasores, los extranjeros y los naturales. Tenochtitlan, la gran ciudad edificada sobre un islote de la zona lacustre del valle de México, comunicada a tierra firme a través de un bien planeado sistema de calzadas y diques, sufrirá un sitio y la primera epidemia contra la que los conocimientos indígenas tienen muy poco qué hacer: la viruela. Los antiguos dioses no pueden responder ante los embates de los demonios blancos y barbados, ¿hombres poderosos o a quienes la fortuna ha sonreído?

Dos batallas son decisivas, la de Otumba (7 de julio de 1520) es ganada por las menguadas fuerzas españolas cuando logran derribar al jefe del ejército mexica y comienza la desbandada. La otra fue la ofensiva a Tepeaca, en el mes de agosto de 1520. Según Bernal Díaz del Castillo, el cronista de la conquista, antes del sitio y tras la noche triste sólo quedaban 17 hombres a caballo, 6 ballesteros y 420 peones; pero los amigos tlaxcaltecas proporcionan unos 100 mil guerreros. Tepeaca —hoy en el estado de Puebla— se convierte en cuartel de los españoles. El lugar no carece de importancia porque es un punto medio entre las costas del Golfo de México y la capital azteca. Desde allí Hernán Cortés comprende que para sojuzgar a una ciudad enquistada en un lago era imperante contar con una fuerza naviera.

La zona boscosa de lo que hoy conocemos como La Malinche (en Tlaxcala) provee madera y se convierte en un astillero fuera de lo común. Se inicia el diseño de trece bergantines —buque de dos palos y vela cuadrada— y si la ciudad imperial no se rinde por la buena diplomacia o por la guerra desde tierra, pues será desde el lago y que el necio de Cuauhtémoc, entonces onceavo y último emperador, mande canoas con todos los indígenas que se le antoje. Cada bergantín iría equipado con un cañón.

El 9 de abril de 1521 se decide iniciar el sitio a Tenochtitlan, pero no sólo por quedarse con los tesoros: Cortés emprende la ofensiva final para terminar con la idolatría y fincar el cristianismo, quede bien claro. Terminado el trabajo de diseño de las naves, miles de indios transportan las piezas desde el territorio de Tlaxcala hasta el lago central del valle: una hilera que abarca los diez kilómetros de longitud es una sola columna que marcha hacia la orgullosa ciudad de los mexicas. A la orilla del lago se excava una zanja para que el día 28 del mismo mes y tras una misa, tenga lugar la ceremonia para botar los bergantines. Allí te vamos Guatemuz.

El capitán español quería evitar la barbarie y se entrevista con el emperador Cuauhtémoc, pero el mexica es orgulloso y confía en que su pueblo defenderá su ciudad. Los mexicas se han quedado solos, tienen en su contra no sólo a los españoles sino a un ejército formado por los nuevos aliados que, según las crónicas, llegan a sumar el medio millón de combatientes. Los cañones braman y las bombardas merman a los pobladores y a los edificios. ¿Te rindes? No. A la carga. Caballos, perros, culebrinas, falconetes, ballestas, arcabuces, mosquetes, espadas, puñales, dagas y lanzas… contra arcos, flechas, macanas, porras y lanzaderas.

Tenochtitlan pierde el mínimo necesario para soportar el asedio; los pueblos que le proveían comida ahora son parte de sus enemigos y el acueducto que va de Chapultepec hasta la ciudad, único surtidor de agua dulce, es destruido. En las noches, cada vez son menos las canoas que llegan con bastimentos miserables: agua potable, quelites, capulines, tortillas y tunas. Sahún narra: “…bebían del agua salada y hedionda, comían ratones y lagartijas, y cortezas de árboles, y otras cosas comestibles y desta causa enfermaron y murieron muchos”.

Cortés sabe que está destruyendo lo que él mismo llegó a jurar como la ciudad más hermosa del mundo, o al menos de “su mundo antes visto”.
El barrio de Tlatelolco es el último reducto. El 12 de agosto, al mando de Pedro de Alvarado se origina una masacre, era casi imposible dar un paso sin pisar cadáveres y cuerpos despedazados. A pesar de a hecatombe la artillería sigue disparando y los soldados destrozan a los habitantes. Cortés escribe: “…cesó la guerra, a la cual plugo a Dios Nuestro Señor dar conclusión martes, día de san Hipólito, que fueron 13 de agosto de 1521 años”.

Concluye el mundo de los antiguos mexicanos. Inicia Nueva España.