viernes, septiembre 07, 2007

En esta esquina, Habsburgo; en la otra: Borbones

(México novohispano 23/25)

En tiempos de los Reyes Católicos, el navegante Colón buscaba una ruta alterna para las Indias pero encuentra, para gloria, lucimiento y riqueza de la apenas unificada España, un territorio desconocido para Occidente. El Nuevo Mundo cambiaría la concepción del orbe y pese a que durante los 300 años en que la mayoría de su espacio fue dominado por la corona y su administración española, América, la tierra prodigiosa, despertó ensoñaciones y leyendas a unos monarcas que llegaron a dominar un imperio que jamás conocieron.

El que lo encuentra y es más poderoso que el habitante originario —como sucedió con la conquista española sobre América— puede decretarlo propiedad de un rey siempre y cuando sea en el nombre de Dios. ¿O no era Dios el que decidía quién reinaba? Pues entonces fue la poderosa deidad quien favoreció el matrimonio de Isabel de Castilla con Fernando de Aragón y por su dedo interventor, el papa de aquel entonces los regaló con el título de “Reyes Católicos” y eso les daba derecho a matar al que pensara distinto y a conquistar cuantas nuevas tierras se fueran encontrando al trotar el Nuevo Mundo. Una noche los monarcas jugaron a las manos calientes, ella lo empalmó a él y luego comenzaron la batalla sexual. De una real eyaculación de Fernando de Aragón, un espermatozoide ganó la enloquecida carrera a los demás y encontró refugio en el óvulo de Isabel de Castilla… nueve meses después berreaba en este valle de lágrimas una hermosa niña a quien con el correr de los años, los súbditos la llamarían Juana la Loca.

Juana perdió el virgo tras el primer embate de Felipe el Hermoso, un principito de poco rango que venía de una dinastía menor, los Habsburgo, pero que atinó a dejar su real simiente. Juana la Loca parió en el año de 1500. Diecisiete años después, el jovencito regresa a España, se hace llamar Carlos I, pero como no encontraba apoyo, se alía con al nobleza y los hidalgos (clasemedieros feudales) y aplastan a la burguesía de entonces. Una fría mañana de septiembre de 1521, el joven rey se despierta con una gran noticia, en un abrir y cerrar de ojos es dueño de una gran imperio, su nueva adquisición se llamaría Nueva España. Y diez años después, Perú. Y al poco tiempo, Filipinas… y previo a la América, reinaba sobre media Europa. En 1529 lo coronan como Carlos V, soberano del “Imperio Sacro Romano”. Carlos I de España, que también era Carlos V de Alemania, gobernó 40 años, de los cuales, sólo pasó 16 años en la península Ibérica, ya que andaba a trote atendiendo sublevaciones en sus múltiples reinos.

Felipe II, hijo de Carlos I, fue criado en España y por eso salió tan católico, exagerado y bravucón. Reinó con la espada y la cruz, motivo que exigía gastos exorbitantes y petición de préstamos. Para eso estaba la plata americana, mientras el rey defendiera a la cristiandad, que el metal llegado del Nuevo Mundo no llegara siquiera a España y de los galeones, pasara a otros barcos cuyos destinos eran los bancos de Génova y Amberes. Bueno, lo que llegaba a salvo de los ataques piratas en alta mar. Pero el rey era devoto, y construyó un tétrico palacio, El Escorial, ubicado en el centro geográfico del país, muy cerca de un pueblucho llamado Madrid. En 1598, sube al trono Felipe III, reinará hasta 1620. Sería una de los peores épocas para España, pero las continuas crisis generaron una acendrada crítica ejercida mediante la literatura, de allí el Siglo de Oro. En 1621, las cosas no iban mejor, el nuevo rey es Felipe IV, un derrochador empedernido que para agenciar más dinero a la corona, finca el centralismo monárquico. En 1664 muere su majestad y su heredero apenas tiene 5 años de edad. Carlos II fue un rey enfermizo y debilitado, sus súbditos le añadieron el mote de “el Hechizado”. Murió sin pena ni gloria y sin dejar un heredero al trono. Dicen que sus últimas palabras fueron: “Me duele todo”. Previsor, el rey ordenó que se dejara el trono a sus parientes más cercanos.

Felipe V sería el primer Borbón que reinaría a España. Llegó al trono en 1701. Afirmó el “absolutismo monárquico”, hipocondríaco aunque previsor, fundó academias: la de lengua, de historia y de nobles artes. Murió de un infarto en 1746. Le sucedió Fernando VI, pero el Borbón más afamado fue sin duda Carlos III, el más reformista y emprendedor. Corrió a los jesuitas de los dominios españoles, ayudó a los rebeldes norteamericanos que se sublevaban de la colonia inglesa, embelleció Madrid, permitió el libre comercio en la península y las colonias. Bajo su reinado, Nueva España se benefició con la fundación del Colegio de Minería, la Academia de Nobles Artes de San Carlos y la proliferación de periódicos científicos y literarios.

Adriana de Aragón resume la dinastía así: “Los Borbones españoles del siglo XVIII —Felipe V (1700-1724 y 1724-1746), Luis I (1724), Fernando VI (1746-1759), Carlos III (1759-1788) y Carlos IV (1788-1808)— llevaron a cabo una política de profundas reformas en todos los campos con la intención de colocar a España en un lugar destacado entre las potencias europeas.” Los Borbones seguirían, pero antes, irrumpió en la escena española un hombre llamado Napoleón Bonaparte.