lunes, octubre 08, 2007

El circo de los señalamientos

Pintura: Miguel Ruibal

¿Sólo está vivo el sapo,
sólo reluce y brilla en la noche de México el sapo verduzco,

sólo el cacique gordo de Cempoala es inmortal?

Octavio Paz

Esto no está sucediendo; así decía una conocida que se horrorizaba al presenciar el besamanos que unos gobernados regalaban a su gobernante. Bueno, esos gobernados que un sexenio atrás también lamían hasta las suelas del anterior cacique y que cuando por ley fue avisado que debía largarse con sus tropelías a otra parte, pues los otrora gritadores de “viva el rey” nomás se chuparon unos caramelos para aclarar la garganta y dijeron: “viva el nuevo rey”. Claro, es que se comprende ese dicho tan poco usual en la calle pero bien aprendido en la cloaca de la administración pública: “con el campeón, hasta que pierda”.

Pero es que tenemos una cultura tan dada a las canonizaciones y a las defenestraciones, que no es extraño que se acuse; lo vergonzoso es que no se proceda. ¿De qué nos ha servido señalar si con sólo airear el dedo índice no da lepra? El señalamiento que no provoca una reacción es inútil, innecesario. Todos recurrimos a ellos para romper el tedio que provoca la monotonía, es decir: todos señalamos a tontas y locas pero, o bien es una manera de pasar el rato o bien es una muestra de la ociosidad y la saña de la que somos capaces. Expresar “mira aquel pelón”, “que orejas tenía ese guey, ¿viste?”, “las nalgas de esa tienen forma de pera”, pues no provoca, repito, más allá de “ajá” también inservible.

¿Qué nos gusta? ¿Lo que publicamos en los medios o lo que los animadores de televisión (desde periodistas hasta los presentadores gazapos) ofrecen a los millones de televidentes? Nos atraen los fenómenos, los marginados, los estrambóticos, los que se asumen fuera de las convenciones y se pasan al otro lado del pozo de las serpientes, los curas fascinados por los niños desnudos, los futbolistas que se declaran adictos, los cantantes que se adjudican la fama de maricas y las putas de lujo que se entintan el verdadero mote con los títulos nobiliarios. Pero de las monjas feas que se apuestan en las esquinas para vender el rompope que ellas mismas fabrican a las narcotraficantes dignas de corridos, novelas, filmes y hasta series de televisión, pues nos quedamos con lo que más alimente el morbo. Por supuesto.

Pero de allí, en un país como el nuestro, el golpe no pasa, se queda en el titubeo del índice, que ni siquiera tiende a erguirse con furia, apenas la timidez del allá va y nosotros aquí, sufriendo tan a gustito. ¿O no es cierto que hace una semana la portada de la revista Proceso nos magulló la moral con las fotografías aéreas de las casas en que viven los últimos ex presidentes de México? Seguramente lo que usted dijo, con palabras más o menos, fue lo mismo que yo comenté con mis próximos: “pues si ya lo sabemos, son unos hijos de la chingada”. Y ahora comienza la función que van a montar las mujeres del pueblo guanajuatense donde vive el ex mandatario Vicente Fox, quienes muy a la Fuenteovejuna de Lope de Vega, ya están listas para la arenga. Que don Vicente siempre fue rico, que no estemos jodiendo con dudar siquiera de la calidad moral del tipo. Pero ahora pensemos, ¿qué pobre llega a esos cargos de la gran administración sólo por méritos propios?

Mientras yo siga leyendo los sermones dominicales que los vicarios espetan a los periodistas, creeré que sí, que por señalar no da lepra y que el Cielo donde canta mejor un pájaro que Dios Padre e Hijo, se puede comprar con letras muy cómodas.