martes, octubre 09, 2007

El lucro de los aniversarios

Nos guste o no, desde los últimos años del siglo que se nos fue comenzó a fincarse la manía occidental (y no sólo de Europa, sino la cultura) por los aniversarios, pero no aquellos señalados como días del calendario cívico o religioso, los que de por sí ya son parte de las mentalidades y por ello casi obligatorios. La Navidad, los festejos de la patria, las conmemoraciones oficiales y esos pocos días en que Estado e Iglesia tenían un común para festejar, pese a la secularización de la vida pública, ya se difuminan frente a los grandes acontecimientos, esos que no se limitan a una zona geográfica determinada.

A partir de la última década del siglo XX y con el arribo del presente siglo comenzó el retintín de ponerle la primera centuria a los grandes descubrimientos que han hecho la vida más placentera, no más confortable, ni más saludable y aún menos insegura; eso no. Sólo deseamos atender lo que signifique: delicia, satisfacción, lujo, gusto y deleite. Aquello que tocó la varita mágica de la mercadotecnia del imperio fue precisamente lo que nos repitieron, que a pesar de ser un producto “viejo” (cien años) seguía rigiendo el gusto de las inmensas mayorías que agradan tanto a los verdaderos american citizen —uso el anglicismo con el propósito de diferenciarlo de nuestra muy española “ciudadano”— como al resto, los que quedamos.

Desde el cine hasta la coca-cola todo fue conmemoración. Camisetas, llaveros, vasos, lapiceros, colecciones de añeja publicidad, viajes, rifas de pretensiones imperiales y con premios faraónicos, concursos de televisión en los que familias enteras querían (y tenían la obligación de hacerlo) demostrar qué tanto sabían de equis o ye producto y cuando el productor susurraba al apuntador del conductor: “Diles que ya ganaron”, los alegres triunfadores se besaban, abrazaban y entre tanta efusividad, cualquiera que apenas encendía el televisor pensaba que seguramente el Banco Mundial había perdonado la deuda pública al país en que habitaban aquellos infelices, aunque llenos de algarabía por su premio.

Los marqueses del imperio se dieron cuenta que esto de los aniversarios a lo grande, tan a lo cabrón, pues eran buen negocio. Estas cosas propician temas de moda y como es más sencillo y factible que desde el doctor en matemáticas hasta el carnicero de barrio pobre hablen las maravillas y los sabores que ha sufrido la coca-cola; saben también que homenajear la publicación del primer libro de Kant o el descubrimiento de la radiactividad aplicada a la medicina no pasarán de ser aplaudidos por los entendidos en materia, que cada vez son menos. Y como en todas partes se cuecen habas y no hay pueblo que se haya librado de la plaga de los héroes, los mártires y los villanos, cada quien hizo su lista de posibles a festejo y allí los tenemos.

No hace mucho, la abuela de todas las novelas en lengua española fue el motivo de seminarios, encuentros, documentales. Dos mil cinco fue el año para don Quijote y el buenazo de Sancho Panza. Pasada la euforia, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha es leído por sus mismos seguidores de siempre… y los admiradores que asistieron a homenajes, conferencias y otras estulticias de la academia, siguieron igual, sin leer la magna obra de Cervantes. No sufras mi tullido, que aunque te nos moriste pobre, pobre, con tus ocurrencias le has hecho brillar culo a cientos. Otra novela de culto, ¿la madre de las novelas?, más que de lecturas, fue la bella pero trabajosa prosa de Cien años de soledad, y es que se ha dicho tanto, pero tanto, que uno de esos cacha ideas no tendrá más que ver un buen reportaje televisado para hablar con autoridad sobre el mundo ideado por Gabo. Así son los aniversarios que se conmemoran a lo grande.

Hoy vamos a escuchar de Ernesto Ché Guevara, y cuando pregunte un adolescente a su cuarentón padre: “¿Quién era ese de la boina?”, el hombre, con la sapiencia que le dan los años y los gastos que le provocan las dosis de Viagra, responderá confiando: “El que viene impreso en las camisetas que nos compramos en el tianguis de La Lagunilla”. Pero si el padre vio ya alguno de los documentales televisados, sentará a su hijo a un lado y mientras beben una coca-cola y en el interior del microondas explotan los maíces de las palomitas con mantequilla extra, el viejo aleccionará al cachorro: “Hace cuarenta años que murió el héroe”.