lunes, octubre 15, 2007

La puta de Babilonia; Vallejo aguijón en mano

Si el colombiano Fernando Vallejo, a su último libro La puta de Babilonia (2007, publicado en México por la editorial Planeta) le hubiera buscado algún subtítulo, sus ventas no abrían agotado siquiera la mitad de la primera edición. “Puta” es una palabra a la que recurrimos todos los mexicanos pero que a su vez encierra un enigma de transgresión, eso le confiere alguna sonoridad que la aparta del mundano reino del decir por decir y la sitúa justo en un terreno de lo prohibido. Ahora sigo con la primera idea, si el autor hubiera anotado como subtítulo —muy largo, ya verán— las últimas palabras de la gran frase del primer párrafo del libro, el destino de ventas quizá habría sido diferente: “…la concubina de Constantino, de Justiniano, de Carlomagno; la solapadora de Mussolini y de Hitler; la ramera de las rameras, la meretriz de las meretrices, la puta de Babilonia, la impune bilimilenaria tiene cuentas pendientes conmigo desde mi infancia y aquí se las voy a cobrar”.

El texto que comento se trata de un libro de historia escrito por un fructífero novelista, Vallejo tiene una firma que adquiere cada vez mayor peso en el mundo literario pero que al gran público se dio a conocer hasta que en el año 2000, Barbet Schroeder llevara a la pantalla una adaptación de la controvertida novela La virgen de los sicarios. Un año después, en 2001, el escritor escandalizaría con otra novela: El desbarrancadero, donde la cuestión homosexual vuelve a la carga, pero ahora con la cabalgata sobre el caballo del SIDA. Para el año 2003, los reflectores apuntaban al colombiano, cuando recibió el premio Rómulo Gallegos y tras un valiente pero escandaloso discurso de recepción, quedó en claro que el novelista no se andaba por las ramas ni a medias tintas. La postura era firme: contra la iglesia católica y a favor de la vida.

Su última entrega editorial, de febrero de 2007, ya no se trata de una novela sino de un libro de historia. Al menos en la contraportada dice: “Escrita con gran rigor histórico y académico”, pero quien haya sucumbido ante la tentación de la compra y que no significa tenga que ser el lector avezado, tras las primeras veinte páginas sabrá que se trata de un ensayo, de un largo y a veces tedioso ensayo. ¿Será porque Vallejo no fue a la facultad de licenciaturas en “Historia” y luego hizo posgrado en “Ensayo”? Responder con un “sí” se trataría de un disparate, porque hasta la fecha tampoco hay facultad para “filósofos” o “poetas”. Las desventajas que advierto en el libro son las trescientas diecisiete páginas sin división capitular o en partes. Es un solo ensayo, claro, dividido en párrafos, pero finalmente un único “respiro” que abunda en información, datos precisos y citas bíblicas. ¿Dónde comprueba el lector la veracidad de las afirmaciones de Vallejo? Eso no parece interesarle al autor, quien no escribió un tratado de historia a la manera clásica o aburrida, con referencia a demostrar sus fuentes bibliográficas y otros adornos.

La unidad del libro o del ensayo resulta evidente tras la página número cincuenta: Vallejo se las va a cobrar todas a la santa madre Iglesia de Roma; una por una y bien desgranadas se enlistan o detallan las fechorías que ha cometido la Iglesia Católica, a través de sus representantes (los “representados” como todos, son las víctimas), desde el año 313 a nuestros días. Esto demuestra la gran capacidad de síntesis por parte de su autor, pues agrupar casi diecisiete siglos de arbitrariedades en tan sólo más de trescientas páginas, es una labor digna de un buen sabueso libresco.

La puta de Babilonia tiene un buen acierto: comprime la información, sopesa su peso y arroja la piedra. Además que por cada cuatro o seis páginas de “rigor histórico” viene una charada de las que ya son características en la obra de Vallejo. Sólo dos: “Hoy los protestantes son los grandes especialistas en tomarle el pelo a la Biblia. Nosotros los católicos no, la respetamos mucho. Tanto que no sólo no la leemos sino que ¡ni la tocamos!” (p.88). Y sobre Francisco de Asís: “Considerar hermanos nuestros a los animales habría sido toda una revolución en la limitada y mezquina religión de Cristo, que no tuvo una sola palabra de amor por ellos, si Francisco no hubiera extendido la hermandad a los seres inanimados, que no sienten, e incluso a las enfermedades y a la muerte. ¡Cómo va a ser la luna, un planeta inerte, nuestra hermana! Eso ya no es una nueva moral sino verborrea melosa de hippie marihuano” (p. 251).

En La puta de babilonia no hay manera de olvidar, al menos así lo presenta Vallejo. Hay datos que seguramente alguna vez leímos pero que pasan desadvertidos y aquí nos recuerda: “…el año pasado los diez países más poderosos con la Puta fueron, en orden de dadivosidad: Estados Unidos, Italia, Alemania, Francia, España, Irlanda, Canadá, Corea, México y Austria.” (p.215).

No es un libro recomendable para quien piense que fue escrito a la manera didáctica de los cuadernos de “Rius”, pero sí es un buen resumen para quien tiene nociones de quién fue, es y será la voracidad de la Iglesia Católica (aunque también arremete contra cristianos e islamistas), o en adjetivo de Fernando Vallejo, simplemente: la puta. Lectura sugerida para quien sólo va a misa los domingos por hacer el teatro de la familia unida o para quien en lugar de leer lo que eructan los cardenales a la prensa, busca los resultados de los partidos de fútbol.