viernes, octubre 12, 2007

Señales pirata pero audiencia real

Foto: Gabriel Massera

Poco antes del mediodía se interrumpe la señal televisiva por cable y el servicio de Internet, el mamotreto que indica el rendimiento del servicio ni siquiera parpadea. Son los riesgos de la comodidad que nos obligan a la mentalidad de que la electricidad es imprescindible para el desarrollo de la vida que ondula entre la normalidad y lo chabacano de pulse un botón y enseguida tendrá desde palomitas de maíz hasta pan horneado pero con sabor a leña. Pero es que energía eléctrica o “luz” pues sí había y como el alma detectivesca sólo me surge cuando leo las novelas de Jonh Le Carré o me animo a los serpentarios de Ruth Rendell, pues a sentarse a eso… a esperar.

Total, sólo revisaba las ofertas que llegan por correo electrónico y tarareaba regresar con la cosecha a la trilla de la fecha que suponemos como la “oficial” para dar por hecho que hace quinientos quince años el navegante genovés Cristóforo Colombo dios gracias a dios y al diablo porque el dinerillo que le prestó la reina doña Isabel de Castilla iba a dar más que cien dividendos. Pues llaman a la puerta y un joven con overol gris y casco amarillo me saluda amable y me pregunta si tengo a la mano el último recibo del pago que avala mi servicio a televisión y a Intenet. Y como los únicos papeles que no acumulo con pasión de coleccionista son recibos, comprobantes de pago a los plásticos mágicos que se llaman “tarjetas de crédito” y “débito”, notas de compras y otros agobios, pues hay un cajón al que le llamo la boca del sapo, y al don sapo toda la ignominia que hace más trabajosa la marcha de la vida.

Mi rostro habló mejor al joven del casco amarillo que los tartamudeos con que le iba a explicar la historia de la boca de sapo. Él, explicó que se trataba de una inspección de rutina y que en cuanto “checara con la Central” (así escuché “Central”, con mayúscula) y si en este domicilio estábamos al corriente de los pagos, sería cuestión de veinte minutos para reestablecer el milagro de los servicios. Y yo que de cables sé únicamente que cuando carecen de la cubierta plástica y los tocas, puedes morir electrocutado, pues no dije más que muchas gracias. A los diez minutos ya había encontrado un indicio, el recibo de mayo; así que salí a la calle para mostrarle una tira de papel en la que apenas se leían unos garabatos impresos con tinta azul. Que no había problema, que la Central es infalible y ya tenía servicio. A la rápida despedida advertí que el vehículo en que viajaban el de casco amarillo y otro que no llevaba casco sino gorra, lucía amén de las leyendas de la compañía, una advertencia más: “AUDITORÍA”.

Sólo porque a veces a uno le entra el alma de reportero doméstico, que es una manera más elegante de declararse chismoso, fui hasta la cocina para comentar la nota que se generaba en el barrio. Con aspavientos, sin medir juicios y risas comencé con el sabido “qué creen” y luego el relato completo. Mi tío, tras reír, señaló con discreción a la señora que nos auxilia en las labores de casa y pidió: “Cuéntele usted lo que vio por su casa”. La señora, quien vive a unas calles de distancia, nos narró, con detalles y agregados, que desde hace unos días los empleados de la compañía de cable, pinzas y tijera en mano, van como ángeles justicieros solicitando, en donde ven una entrada domiciliaria de sus servicios: “¿Me permite su último recibo de pago?” y como otros no tienen cajón la boca del sapo y sí una contratación a espaldas de la compañía, pues hasta luego y fue un gusto que pruebe nuestros servicios.

Ahora las conexiones piratas. Creo que sí eran numerosas (desconozco el resto de la ciudad) porque al menos, el automóvil en que viajaban los cascos amarillos, llevaba el toldo bien retacado con los atados de las conexiones piratas que iban retirando. Bueno, si en aquellas casas hay niños, pues del Cartoon tendrán que resignarse al la señal abierta, la del canal 5 de Televisa. Y quinientos quince años, casi igual.