martes, octubre 23, 2007

La terca memoria… Julio Scherer y su balanza

Cuando en el medio periodístico y académico alguien descansa sus argumentos al referirse a las primeras doce letras de las dieciocho que forman su nombre completo, aquel “Julio Scherer” se convierte en una especie de conjuro que inmediatamente pondrá en evidencia las filias de quien recurre a ello. Depende el sector donde se pronuncien esas dos palabras, obrará el hechizo. He tenido oportunidad de escucharlas en distintos ambientes y arrancan desde el clásico: “Cierto” hasta el mascullo de: “Putos reaccionarios, jodidos”.

Periodista de primera línea que a partir de la fundación de la revista Proceso ha sido él quien ha dictado la “línea editorial” de la publicación semanal, Julio Scherer García no puede resultar ajeno a quien se interese por la información y la historia contemporánea del país. Sus palabras, lejos de ser ley, son en cambio uno de los mejores referentes para advertir cuáles son los rumbos equivocados por los que transita la administración pública y la privada. Si algo es una columna que sostiene a Proceso es la veracidad y el acecho constante, si algo es su punto débil, pues se trata de la suerte de pesimismo y temible agujero con caída libre que sólo indica: “los que están al frente de este país se empecinan en convertirlo en una mierda”.

Pero del Scherer que ha transitado de la confección de nota informativa al investigador, al oficio de ejercer la crítica con buena y sosegada pluma, pues siempre hay una distancia considerable. Se constata en sus libros anteriores y su última publicación viene a sumar experiencia y memoria a ese buen escribir. La terca memoria (Grijalbo, México, 2007. 245 páginas) da cuenta de un personaje que brinca las trancas de la referencia indirecta para asumirse como la única voz dominante en el discurso: el yo. No se trata de un monólogo sino de un testimonio caprichoso que si atrapa es, sin recurrir a otro artificio, porque está muy bien escrito. ¿Y la memoria no está llena de caprichos y ella misma, con el tiempo, nos obliga a editar la versión que cada quien desea proyectar sobre los hechos? Pues sí.

En La terca memoria desfilan, presentados por Scherer o “colados” en sus recuerdos, cerca de cuatrocientos personajes de la vida pública mexicana, de unos cincuenta años a la fecha. El libro, dividido en partes identificadas con el nombre del “perfilado”, no pasa de los veintinueve apartados. Algunos de los textos pueden ser reconocidos por la facilidad que permite lo inmediato, como “Héctor Aguilar Camín”, “”Mario Vargas Llosa”, “Guillermo del Toro” y “Fox y Calderón”. Otros requerirán de otra terca memoria, la del lector: “Gastón García Cantú”, “Abel Quezada”, “Miguel Alemán” o “Adolfo López Mateos”. A pesar de sus veintinueve trancos, los amigos y los enemigos desfilan por las páginas como si de una fiesta se tratara, cuestión que convierte al libro de una mirada de la versión de autor a una prosa literaria que se distingue de la ficción sólo porque está tramada con los recuerdos.

No son perfiles —otros han escrito que sí— y los textos tampoco están escritos a partir de la técnica o con la pretensión biográfica; quien apueste por cualquiera de los dos opciones ya escritas se llevará una decepción. Creo que es más justo leerlos como los recuerdos de uno de los periodistas más influyentes del México actual, pero escritos con esa intención. Me refiero a que si Scherer omitió personajes —29 esbozos y 400 personajes es una cifra muy corta en relación a la talla de quien escribe— es porque así convenía a sus objetivos, a unos les sacó sus trapos al sol y otros apenas si pasan de refilón. De lo que no debe dudar el posible lector es que se trata d una prosa impecable y signada por la experiencia, “Ya se nota la voz de un viejo que sabe de la vida”, me dijo una periodista en relación a este libro.

Y como todo ejercicio de memoria, el libro convoca sucesos conmovedores, como: “Años padecí la altivez de Octavio Paz a la que siguió un tiempo sedoso. Lo vi a punto de su muerte, abrazo sin brazos, la despedida en los ojos llorosos… -¿Cómo va el ánimo?-le preguntaba a Octavio, ya avistaba la otra orilla… -Del cuello para arriba todo está en orden, pero del cuello para abajo reina el caos… -Sólo te queda la cabeza, pero sólo con la cabeza has vivido, Octavio” (p. 138).

El libro cierra con lo más reciente, y en la última página surge o brota (como hongo) un personaje siniestro, Martha Sahagún de Fox: “De sus joyas y vestidos, nada dijo. Los vestidos pudieron sumar centenares. El sexenio abarca 2190 días y a la señora le gustaba exhibirlos en su variedad y lujo. En cuanto a las joyas, el desenfreno de su conducta las hizo famosas” (p. 234).