miércoles, noviembre 07, 2007

Ibargüengoitia: Los relámpagos de agosto

Escritor nacido en el corazón del Bajío mexicano en el año de 1938, Jorge Ibargüengoitia desarrolló su obra en la ciudad de México. Al iniciar su juventud decide que no seguirá la carrera de ingeniero y que se decantará por algo menos lucrativo pero más satisfactorio. El chico de veintiún años comunica a su familia, compuesta por mujeres, que en adelante seguirá el oficio de dramaturgo, al que seguiría el de cuentista, novelista, ensayista y periodista… todas las posibilidades de la escritura convergen en una palabra que caracteriza a su obra: ironía. Aunque por supuesto, no se trataba de un bucólico jovencito que emprende una aventura hacia lo desconocido, para entonces ya había recorrido mundo o al menos, ya sus ojos se habían llenado con la vieja Europa y había probado los nobles oficios de la aristocracia guanajuatense.

Discípulo de Rodolfo Usigli, el joven dramaturgo comienza sus periplos creativos con el objetivo único del teatro. Pero será la propia mezquindad del ambiente teatral mexicano lo que poco a poco lo orillaría a la narrativa, aprovecha la coyuntura de una investigación y emprende la escritura de su primera novela, que concluye en el año de 1963: Los relámpagos de agosto.

Al iniciar el período de los años sesenta del siglo XX, el proyecto de la “Revolución mexicana” alcanza la cumbre de la institucionalidad y los viejos militares que protagonizaron las míticas batallas apenas tres décadas atrás, comienzan a ser relegados por la nueva clase política. La guardia de añejo cuño ya no tiene sitio en la configuración del México contemporáneo, pues inicia la era de los licenciados al frente de la administración pública. ¿Para qué carajo sirve un general que nada más sabe de tirar balazos y entiende a punta de sable? Entonces, como respuesta ante la sociedad, ante la opinión pública, las biografías y los testimonios comienzan a circular. Los tonos son variados pero el objetivo era quizá uno: demostrar la intervención del “yo” en la gloriosa y heroica gesta de la gran causa, la Revolución Mexicana. ¿Gloriosa? ¿Heroica? ¿Justa? ¿Equitativa? ¿Útil?

El lector medianamente informado sabía que todo era parte de una mera construcción ideal, sabía que se trataba de una mala versión de los hechos o bien de algo muy cercano a la ficción, aunque se rotulara bajo las palabras de “biografía”, “testimonio” o “memorias”. Y aquí es donde el aún joven escritor Jorge Ibargüengoitia ejerce la mordacidad de su pluma. Basado en los desequilibrios que provocó ese trapecio tildado de “Revolución” y adecuado a lo que lee con avidez, escribe las memorias del que se tacha como un hombre íntegro, el general de división José Guadalupe Arroyo, que se reconoce más diestro con la espada que con la pluma. Pero aquellas memorias son para lavar la honra del general Arroyo y aclarar la verdad, ya que según el personaje, lo que de él se dice en otros libros son meras calumnias.

José Guadalupe Arroyo, personaje y narrador, no se detiene en cuestiones de estilo ni en otras florituras que permite la licencia creativa. Él sólo quiere llegar al grano, a explicar la forma en que un grupo de viles le arrebató el poder o la posibilidad de ejercerlo a un grupo de villanos, de los cuales él forma parte. De esta manera, el lector puede informarse de otra versión sobre la realidad.

Escrita con el pundonor de un militar que se sabe “leído” por la gente fina y culta, Ibargüengoitia se regodea en la construcción de un personaje hipócrita pero que jamás empleará un lenguaje soez, aunque es muy clara la “edición” de las palabras. Los relámpagos de agosto está construida de una forma lineal, sin aspavientos; sus veinte capítulos suceden rápido y la lectura es fluida, ágil, directa. No se trata de una novela para enterarse de la Historia de México, mejor aún, en ella se reconoce el pulso de una crítica bien tramada, una bofetada medida para la mejilla del entonces (¿sólo en aquel entonces?) podrido sistema mexicano.