viernes, noviembre 09, 2007

Manto púrpura: pederastia clerical

Carlos Rodríguez es un tipo extraño en la cárcel o al menos tiene una preparación diferente al resto de sus compañeros, pero como los otros internos, cuenta los días que le faltan para cumplir su condena y abandonar la prisión. En el año de 2004, un juez perteneciente al condado de Los Ángeles, en el estado de California, lo condenó a ocho años y medio de presidio, ¿el motivo? Se trata de un sacerdote que victimó sexualmente a menores de edad, de un tipo que aprovechó que los padres de sus víctimas eran inmigrantes y que se valió de su investidura religiosa para cometer las fechorías y violar a los tres hijos del matrimonio Barragán. Un solo cura desmadró la vida y el futuro de tres pequeños cuando apenas contaban con once, doce y trece años. Y tras gratificarse sexualmente les susurraba al oído: “Eres un niño muy bueno. Dios te quiere mucho”.

La historia anterior es apenas un muestrario de las decenas de testimonios que se pueden leer en el último libro de la periodista Sanjuana Martínez, titulado: Manto púrpura: pederastia clerical en tiempos del cardenal Norberto Rivera Carrera. Editado por Grijalbo en el año 2006 pero con tímida exhibición en las mesas de novedades, el libro es un catálogo de las atrocidades que se cometen en el nombre del representante de Dios en quien una feligresía deposita su confianza. El cura próximo a las familias no siempre es el amigo bienhechor para desarrollar la fortaleza espiritual de los menores de edad: puede convertirse en un peligro, en el mismo “diablo con sotana”. Y cuando fueron descubiertos o denunciados por sus víctimas y los padres acudieron primero a las autoridades religiosas y se encontraron con que obispos y cardenales juegan a la red del encubrimiento, la dignidad pudo más que la misma vergüenza o la dura pena.

Quizá la cloaca hubiera seguido bien cubierta si las víctimas advirtieran que las autoridades eclesiásticas sancionaran a los sacerdotes que cometían pederastia. Pero como los castigos no se vislumbraban, como la única solución era cambiarlos de una parroquia a otra, de una arquidiócesis a otra o confinarlos a retiros donde se atiende a sacerdotes alcohólicos, drogadictos y homosexuales; el límite llegó al fin. En lugar de apoyo, de acción y de voluntad para resolver los problemas, cardenales como Norberto Rivera Carrera (Primado de México) optaron por el silencio y el desmentido y no conforme, cambiaron a los curas señalados como agresores de menores de edad a otras parroquias, donde siguieron abusando de pequeños. Una de las víctimas, en una carta dirigida a Rivera Carrera indica: “El maldecir a aquellos a han sido sodomizados y violados no protegerá al inocente ni sanará al lesionado”.

Otro lesionado, Joaquín Aguilar Méndez, “…sufrió una triple condena: ‘primero asumirse como víctima de abuso sexual, luego recibir el escarnio de la feligresía y finalmente la burla de la justicia”. En 1994 comienzan a presentarse las primeras denuncias que acusan a sacerdotes del abuso de menores de edad. Los jerarcas se indignan con la feligresía, se ríen de ella. Surge, primero en Estados Unidos, la Red de Sobrevivientes de Abusos Sexuales (SNAP, por sus siglas en inglés) y no es para menos, el libro de Sanjuana Martínez documenta: “Desde 1950 en Estados Unidos 4300 sacerdotes católicos estuvieron implicados en casos de abuso sexual contra menores…” Los sacerdotes, antes del ataque, prepararon a la víctima y a la comunidad.

La patología de los pederastas, dice una especialista citada en el capítulo III, es que: “Les gustan los niños porque tienen miedo de ponerse al mismo nivel que un adulto”. Luego indica: “El problema… es que la Iglesia no quiere aceptar que los curas pederastas no se curan y después de unos años los vuelven a reubicar en parroquias o colegios”. Más adelante: “Estos curas tienen que abusar del poder. Como ellos no pueden actuar de una forma tradicional, entonces tienen que amedrentar”.

Manto púrpura: pederastia clerical en tiempos del cardenal Norberto Rivera Carrera es un libro que si no causa la polémica necesaria es porque se trata de un tema al que se le mira de reojo. Pero son 303 páginas que no sustentan ideas sino documentos y que provocan, obvio, primero una dosis de estupor, luego nada más un sentimiento de indignación. Está dividido en cinco partes y ni siquiera las tropelías del padre Maciel quedan fuera. Un libro que muestra la valentía y el coraje de una pluma como la de Sanjuana Martínez.