lunes, noviembre 19, 2007

(La “bola” y el XX. 6/15)

(La “bola” y el XX. 6/15)

Pregunte a la persona más próxima cuánta información guarda sobre el movimiento armado de 1910 conocido como “Revolución mexicana”. No exija detalles ni busque peras en el olmo, vaya a los sitios y nombres comunes que nos pueblan el imaginario social; las rarezas sólo tienen función de ser cuando son dos o más raros los que se juntan para hablar sobre estas cuestiones. Así que será mejor acudir sólo a lo más general, a los nombres de las calles, las escuelas o las plazas públicas, por ejemplo. Y de aquellas etiquetas apile en un bloque a los nombres o las situaciones que tengan que ver con las primeras tres décadas del siglo XX mexicano y posiblemente allí se aglutina lo que conocemos, repito, como “Revolución mexicana”.

El siguiente paso es más sencillo. Ya que se tiene el bloque de nombres o de fechas (a que de menos se colaron tres etiquetas: Pancho Villa, Álvaro Obregón y Constitución de 1917) comience a organizar los datos de manera cronológica y cuando aquello esté listo, incordie nuevamente a su entrevistado y pregúntele que a santo de qué o por qué carajo ocurrió todo eso. Es decir, indague sobre la razón de ser de todos aquellos nombres o anécdotas y verá que a pesar de que uno quiera ser lo más organizado posible, tanto héroe y villano no caben en una sola lista, pues aunque son apenas treinta años de historia, son demasiadas las filas de histeria. Y esto a veces ocurre porque…

Cuando se aplica, la palabra “generalización” nos puede llevar a suponer la “simplificación” de los acontecimientos históricos de una región determinada, sea en pequeña o mayor escala. Y si a las prisas por dar grandes zancadas a una historia nacional le aunamos las leyendas que se han ido construyendo alrededor, ya sea fomentadas por la tradición oral o por espectáculos masivos como la cinematografía o la televisión, el resultado que obtendremos es que el juicio común se decantará por una opción más bien facilona que por invertir ya no en la búsqueda de la razones sino en la mera organización de los datos. Y esto ocurre con el proceso armado que inicia en México en 1910. Pero si durante décadas los profesores se contentaron con repetirnos la misma explicación, ¿quiere decir que sólo porque en el país se registra un cambio de régimen, debe cambiar la historia que aprendimos y a veces memorizamos como si de una ley inamovible se tratara?

Sin duda, lo que muda a través de los años, sobre todo en el campo de las Humanidades o las Ciencias Sociales, es la manera de interpretar y medir los datos que se obtienen del pasado. Hasta dos décadas atrás, los mexicanos estábamos acostumbrados a un sólo discurso autorizado que nos hablara del pasado. Allí aprendimos que Porfirio Díaz es un nombre relacionado a la villanía, que Francisco I. Madero uno asociado al sacrificio y que Emiliano Zapata no se puede desligar del anhelo de justicia. La leyenda confina a estos personajes su parte de romanticismo, pero cuando nos apartamos de una manera de historiar sólo para las estatuas —Historia de Bronce— y revisamos que los cambios sociales no son tan sorpresivos ni inmediatos, se cumple el apotegma lanzado de manera poética por Bertold Brech: Alejandro el Magno no era un hombre solo, también necesitaba de su cocinero.

¿Hombre o destino? Los conflictos que se viven en México a partir de 1910 no son producto de un solo hombre que dirige o manda sobre los destinos de sus gobernados. Es verdad, las declaraciones del anciano presidente Díaz a James Creelman van a propiciar que inicie un caldo de cultivo que terminará en guerra civil, pero no se trata únicamente de lo expresado por Díaz.

La película también se va a tratar de que México y el resto de América Latina ingresen al Capitalismo al mismo ritmo, vertiginoso, que los países desarrollados. La diferencia está en que mientras los “abiertos” lo hicieron de manera gradual, países como el nuestro surgieron para evitar la modernidad (la independencia de España se va a financiar para evitar que en la entonces Nueva España se aplique la constitución liberal de Cádiz) y ese retraso impedirá una competencia abierta con respecto de las nacientes potencias económicas. La revolución mexicana parte sólo de la inconformidad que siente la burguesía con respecto a la arbitrariedad porfirina; no se trata de un movimiento que aglutinó en su origen a campesinos y mucho menos a obreros. México se trataba de un país que prácticamente debía su existencia a las “Haciendas” (¿y de dónde salían los productos alimenticios? ¿De WallMart?). Además, durante e Porfiriato no hay un solo medio de producción y cada uno varía de acuerdo con las geografías y los climas. En efecto, las haciendas henequeneras eran centros de esclavitud, pero no es idéntico en el resto del país.

¿Obreros? Responder a la última pregunta es más sencillo: el país de entonces cuenta con una industria incipiente. Lo otro fueron balazos, pero sólo de estudio cinematográfico.