jueves, noviembre 15, 2007

Mitos y señores presidentes

(La “bola” y el siglo XX. 4/15)

La guerra civil mexicana, llamada pomposamente “revolución”, ha cosechado tantos mitos como deslices. Ni se diga cuando los gobiernos trataron de inmortalizar a sus héroes en bronce o sustituyendo los nombres típicos de las calles por el de los mártires.
Los acontecimientos de 1910 pillaron a un gobierno que regía sobre una mayoría sumida en el analfabetismo (75% de la población) y enfrentaron sólo a una minoría que vivía en las ciudades. La pobreza confinada a los cinturones de miseria —las periferias citadinas— se registran a partir de la década de 1940, cuando los intentos por industrializar la economía requieren la mano de obra en las ciudades y no en los centros textiles del Porfiriato, o los mineros de la Colonia.

Igual hubo de intrigas en la formación nacional del siglo diecinueve que el veinte. En un periodo de sesenta años se registran cincuenta y tantos presidentes de la república. Los cañonazos sustituyen en el menor de los casos las diferencias.

Para evitar los “generalazos”, un solo partido en el poder fue la mejor solución. Anteriormente, de diciembre de 1910 hasta 1928, sería inclemente advertir en dos líneas la cantidad de nalgas que pretendieron fijarse y perpetuarse en la silla presidencial de México. A esta etapa de la historia del país se la reconoce como la “Revolucionaria”, que tiene mucho de rapiña, de dobles gobiernos, de golpes de estado, de cuadillos, asoladas militares, las primeras graves devaluaciones monetarias, los intentos por fijar una nueva Constitución y los asesinatos en masa. De la presidencia de Francisco Indalecio Madero en 1911, hasta Plutarco Elías Calles en 1928, conquistar el poder del país no tenía mucho que ver con campañas electorales sino con la fuerza militar con que cada aspirante contaba.

Los procesos de sucesión presidencial no carecen de su parte anecdótica, amén de histórica. Quizá el punto de partida más importante, para comprender esto, sea especificar la creación del partido de Estado, por parte de Plutarco Elías Calles. Al fundarse el Partido Nacional Revolucionario (PNR) y analizar sus secuelas, podríamos acercarnos al fenómeno de las presidencias mexicanas que ocuparán los siguientes setenta años de la historia política y pública nacional. Por hoy, sólo bastará con señalar a cada uno de los presidentes, sus contendientes y los márgenes de votación (siempre en duda) con que llegan a ganar la elección. Vayamos de 1929 a 1946.

En 1929 se declara vencedor al candidato del PNR, Pascual Ortiz Rubio. El “ingeniero” gana con el 93.55 por ciento de la votación; sus contendientes fueron José Vasconcelos y Rodrigo Rodríguez Triana.

Para 1934, el ganador es el general Lázaro Cárdenas del Río, declarado con el 98.19 de la votación. Contendieron: Antonio Villareal, el veracruzano Adalberto Tejeda y Hernán Laborde.

En 1940 ya hay un cambio de siglas en el partido de Estado, ahora se llama Partido de la Revolución Mexicana. Gana Manuel Ávila Camacho con el 93.9 de los votos. Contendieron: Juan Andrew Almazán y Rafael Sánchez Tapia.

La elección de 1946 también muestra cambios en el partido gobernante. Ahora se llama Partido Revolucionario Institucional. De los desacuerdos al nombrarse candidato a Miguel Alemán Valdez surgen otros partidos y obviamente, candidatos. Alemán Valdez llega a la presidencia de la república con el 77.87 por ciento de los votos. Quienes le restaron votos (hasta antes de esta contienda, observe el lector que ninguno de los presidentes anteriores habían llegado al triunfo con menos del 90 por ciento de los votos) fueron: Ezequiel Padilla, Agustín Castro, Enrique Calderón y otros candidatos “no registrados”.