viernes, noviembre 30, 2007

Plan “exterminio chacuaco”

Foto: Carlos Manzano

Imaginemos una situación que provoque humor negro, quizá en el peor de los casos una escena del teatro del absurdo, pero que, igual y pronto veremos en las pantallas sólo como parte de una campaña en beneficio de la salud. Pongamos a un grupo de jóvenes de esos que tienen aún los nervios en su debido sitio en la mitad de una noche de antro. La ciudad, de preferencia debe ser la capital de la república mexicana (aunque con el tiempo dará lo mismo anotar: “cualquiera del país”). En lo personal, para esto me acomoda algo así como un local en la Condesa. Sigamos; hemos dejado a estos chicos en mitad de su noche, con los cuerpos sudados, la ropa más ajustada al cuerpo, los ánimos a punto de estallar y uno de ellos saca de la bolsa de su camisa una cajetilla de cigarrillos y de la bolsa de su pantalón un encendedor, está a punto de satisfacerse con la primera bocanada del rato, con esa microscópica carga de nicotina, alquitrán y mil porquerías más que entran a los pulmones, aceleran el pulso, marean un poco y luego de alterar ligeramente el sistema nervioso, lo deprimen. Pero de repente, cuando el chico está a punto de ejercer su derecho al enfisema…

Las luces del antro cambian del multicolor al blanco total, casi de halógeno. El resto de los chicos abandona su postura laxa y divertida para tomar una actitud rígida, casi marcial y con la mano derecha lo señalan, con el ánimo de: “Allí está el grandísimo hijoeputa”. Ellos gritan a coro: “No”. Ya sé que hasta donde va la lectura esto ya suena a retintín del Consejo de la Comunicación; pero a fin de cuentas se trata de eso, de una moción tan sosa como ineficaz. El caso de tanto alboroto debe ser porque ya habrá entrado en vigor la nueva ley de fumadores, o contra ellos, o la que protege a los no fumadores o ¿será la que cuida el medio ambiente? o más simple, ¿la que pretende importunar el gran negocio de las compañías tabacaleras, si que es los monopolios nacionales permiten la existencia de más de una? Entonces debe ser una jovencita, de moda guapetona (léase: bulímica) la que sale al quite de los que juegan a las estatuas de marfil y dice al vicioso: “¿No sabes que como en este antro no hay barrera física, no puedes encender un cigarro? Qué mal pedo, piensa en nuestra salud”.

Si los asambleístas del Distrito Federal han logrado que el presidente Felipe Calderón aumente sus dosis de aspirinas, que Marcelo Ebrard, jefe de gobierno capitalino, beba infusiones de tila y que los grupos más recalcitrantes se paren en puntillas, ¿por qué esta vez no van a poder con la famosa “ley de fumadores”? Si es algo sensato, pues habrá que medir si conviene más prohibir fumar en locales de uso público o mandar construir las famosas barreras que piden. Esto de la barrera se trata de levantar un parapeto que delimite el 30 por ciento del total del sitio, donde se supone que van a confinar a los que sí son fumadores. El 70 restante servirá para que los “sanos” disfruten el espectáculo al observar cómo se contaminan los viciosos, porque resulta que las áreas de no fumadores ocuparán mayor espacio que las otras. Y aunque esto apenas se trata de una propuesta para reforma, en cuanto Marcelo diga que sí, a repensar los espacios y levantar bardas.

Los asambleístas que están promoviendo la nueva ley argumentan que se trata de cuidar la salud de los capitalinos. Bueno, es como si los capitalinos no supieran en realidad cuál es la calidad del aire que allí se respira. Pero ¿cuál va a ser la postura de las compañías tabacaleras? En caso de que la iniciativa pase a ley los intereses de los productores y expendedores se verán mermados, ¿y qué hay de los dueños de los sitios que deben mandar levantar las barreras físicas? ¿A poco los dos o tres últimos y bucólicos cafés de Coyoacán, donde no hay más de diez mesas, van a poner paredes de cristal para aislar tres de sus mesas y meter allí a todos los fumadores? Comienza el estira y afloja, ¿quién ganará, la razón o el dinero?