lunes, diciembre 03, 2007

Nuevos patinadores o “Aztecas on ice”

Imagen: El Universal


Contra los rumores de que se trata de una locura, contra las maledicencias de que el dinero invertido se hubiera empleado en causas más nobles y contra el viento y marea, la pista de hielo sobre el Zócalo —plaza mayor, que eso de “zócalo” sólo viene de una costumbre de nombrar las cosas cuando no se han terminado, pero es otro cuento— viene a reforzar aquello de que somos un país surrealista. ¿Y qué se esperaban los detractores del jefe de gobierno? Marcelo Ebrard inauguró la pista y orondo, contento y primoroso dijo que vino a dar el palmo en las narices al situar a la capital del país al mismo nivel de ciudades como Londres, París o Nueva York. Seguramente para demostrar hasta dónde llega su inspiración, en la temporada de primavera 2008 se le ocurrirán otras novedades…

El jefe Ebrard no escatima en el ingenio mexicano. Para no quedarse atrás con respecto a otros regentes o jefes de gobierno que le antecedieron, él hizo lo propio, mandó que entrenaran a los policías que van a cuidar por la seguridad de los mil doscientos patinadores que abarrotan la pista levantada en el mismísimo ombligo del Anáhuac, y de qué forma, pues también que patinen. Lo que falla es la ambientación, ¿por qué uno de sus asesores no lo convenció de que a los cuicos los disfrazaran de santa closes, gnomos o renos? Pero si los disfraces enlistados eran tan atroces como agringar o europeizar la pista de hielo capitalina, pues igual funcionaban las caracterizaciones más tradicionales de las navidades a la mexicana, que para eso tenemos las pastorelas: diablos, Gilas, Batos, ángeles, borregos, mulas y bueyes. Total, con que le copiaran el estilo a los espectáculos de Miguel Sabido, pues no era cuestión de tatemarse los sesos. Ahora que también servían los disfraces de las botargas de doctor Simi, si los señores que representan a la ley el orden se iban de hocico, pues con senadas barrigas y nalgas de hule-espuma no habría cosa qué lamentar… con que a los monigotes les cambiaran la bata blanca por una roja, pues ya quedaba.

Y es que los regentes y jefes de gobierno anteriores a Marcelo también han querido pasar a la historia con su granito de arena. Quien camine por la Alameda de la ciudad de México verá que su seguridad es vigilada por unos charros a toda madre, montados en sus jamelgos y con sus sombrerotes de ala ancha; ninguno canta, tampoco vamos a esperar peras del olmo o guayabas de los magueyes, pero aquellos sí que están caracterizados.

Aquí hagamos un paréntesis necesario y echemos a rodar la imaginación, ahora que el cardenal don Norberto Rivera anda tan preocupado por su seguridad, pues que disfrace a sus custodios de “guardias suizos”, como los que le cuidan las narices a su santidad el Papa. Al menos eso consolaría el ego del primado de México: creerse Papa electo pero en el corazón de lo que fue la gran Tenochtitlan. Que Norberto Rivera le demuestre a Marcelo que no solo él puede trasladar el espíritu de las europas al Distrito Federal. Ay pero bien bonito que se vería eso, chicos orangutanes con sus medias de colores y su alabarda en la manita…. Y ya metidos a posibles, supongan ustedes que los cuidadores de las ruinas del Templo Mayor andan con su taparrabo, tilma y huarache; con que hagan sacrificios a la hora del crepúsculo… ¿qué tiene de malo soñar con que las autoridades terminarán por disfrazar al Defe de una Disneylandia, pero de proporciones descomunales?

“Sueña el rey que es rey, y vive/ con este engaño mandando” se lee en dos versos escritos por Pedro Calderón de la Barca, en el soliloquio de la pieza La vida es sueño. Y en ese mar de ilusiones que se han transformado en mero ilusionismo, se romperán los huesos, el hielo se manchará con sangre, muchas nalgas saldrán magulladas y otras muñecas torcidas, pero ¿qué caray? Dirán los accidentados: “Estamos a la par con Londres”, frase que la leyenda atribuye a las clases altas del porfiriato, cuando echaban un cubo de azúcar en la taza, luego vino la revolución, la guerra civil y el caos, entonces lo ricos también pudieron exclamar lo mismo que el pueblo llano: “Nos carga la tiznada”.