lunes, noviembre 26, 2007

Sor Juana y los villancicos

Los blancos, negros e indios reunidos en las naves de la Catedral Metropolitana de la muy ilustre, noble y leal ciudad de México pudieron escuchar en el oficio de Navidad de 1676 los villancicos compuestos por la monja del Claustro de San Jerónimo, una mujer (rara avis) que sabía latín, teología y hacía las delicias de la corte virreinal porque componía versos con el más clásico estilo del Siglo de Oro español. Se llamó Juana y era hija natural de la criolla Isabel Ramírez de Santillana y del caballero vizcaíno Pedro Manuel de Asbaje y Vargas Machuca. Para las condiciones de su época las mujeres tenían como opciones el matrimonio o los hábitos. Esta ingresa a la orden y cuando prueba sus habilidades se convierte acaso en el único lucimiento del virreinato para con sus visitantes: no existe en Nueva España (ni en España, con la excepción de Santa Teresa de Ávila, que pertenece al movimiento del misticismo) alguien con tales virtudes.

La defenestración de la monja jerónima quizá no interesa para los fines del texto que nos ocupa; pero sí atender que en los villancicos compuestos por la “décima musa” se muestran las diferencias raciales que constituían a la población novohispana. En ninguna línea se menciona a blancos, negros y rojos (indios).

Pero el empleo de palabras eminentemente castizas, portuguesas y vizcaínas llevan la parte española. Los vocablos de negros y en náhuatl también muestran sus clementes apartados en las ensaladillas —una mezcla de las métricas imperantes en el empleo literario del siglo XVII— que, por mucho que se hayan escrito para las funciones catedralicias, no restan el picor verbal africano y la eficacia lingüística del natural americano. En la siguiente muestra Sor Juana ofrece la entrada de un negro que establece la igualdad del alma, que es blanca y “no prieta”:

—Aunque Neglo, blanco

somo, lela, lela,

que il alma rivota

blanca sá, no prieta.

De tal forma, los villancicos de Juana Inés no estaban escritos o codificados sólo para que el peninsular y el criollo entendieran o descifraran su mensaje, que en principio no era para establecer filosofías sino críticas sociales, pero con la elegancia de los guantes de la poesía. Recuerde quien siga estas líneas, que el Siglo de Oro se caracteriza por mostrar los problemas sociales, políticos y económicos... sobran los ejemplos de magistrales peninsulares, desde Lope de Vega, Miguel de Cervantes y Francisco de Quevedo; por citar algunos.

La presencia india en las composiciones de Juana de Asbaje tiene una mezcla de lo que después se denominaría como el lenguaje “mexicano” (español y náhuatl). Pero también muestran características totalmente del náhuatl, cuando en la situación descrita por el villancico se enfrenta un “sabio” que sólo prefiere hablar en latín a pesar de ser castellano, interviene la voz indígena, como se lee a continuación:

amo nic neltoca (yo no le creo)

quimati no Dios. (lo sabe mi Dios)

Solo Dios Piltzintli (Hijo-venerado)

del cielo bajó,

y nuestro tlatlacol (pecado)

nos lo perdonó.

Comprende el lector de los umbrales del siglo XXI que mientras él festejará las Navidades a la par de la tecnología, quizá con un buen filme en DVD, el habitante novohispano del siglo XVII tenía, para tales fechas, la conmemoración del nacimiento de Cristo mediante oficios religiosos, donde los villancicos tenían una duración de dos a tres horas. Finalmente, ¿hay alguien capaz de mezclar en el crisol de la lengua tantas identidades que al tiempo de la “religión” congracien el desalentador panorama de este país en el naufragio?