lunes, diciembre 10, 2007

La Guadalupana en la ficción

La novela Los años con Laura Díaz, de Carlos Fuentes, fue publicada por vez primera en el año de 1999. Durante la campaña publicitaria el autor dijo a varios entrevistadores que se trataba de un ejercicio en que pretendía la novela total, mostrar un siglo XX mexicano que no estaba ni estaría consignado jamás en los libros que reproducen la versión oficial de la historia. Esta totalidad, viene sólo del discurso de un Fuentes que se ha empecinado en tomar el pulso imaginario de un país que a pesar de todo, a veces es mejor imaginarlo. A continuación, de Los años con Laura Díaz, transcribo algunos fragmentos del capítulo XIV, titulado “Todos los sitios, el sitio: 1940”, donde hay menciones directas al fenómeno de la virgen de Guadalupe.

“…en la primera fila de bancas de la Basílica, frente al altar de la Virgen cuya imagen enmarcada y protegida por el cristal… había quedado estampada, según la creencia popular, en el sayal de un humilde indio, Juan Diego, un tameme o cargador, al cual la madre de Dios se le apareció un día de diciembre de 1531, apenas consumada la Conquista española, en la colina del Tepeyac, donde antes se adoraba a una diosa azteca”.

“…aquí la llamamos la Virgen morena. Ésa es la diferencia. No es blanca. Es la madre que necesitaban los indios huérfanos.”

“… ¿te das cuenta qué cosa más genial? Es una virgen cristiana e indígena, pero también es la Virgen de Israel, la madre judía del Mesías esperado, y tiene un nombre árabe, Guadalupe, río de lobos. ¡Cuántas culturas por el precio de una estampa!”

“…avanzaba desde la puerta de la Basílica como un eco antiquísimo que no brotaba de las voces de los peregrinos, sino que los acompañaba o quizás los recibía desde los siglos anteriores… La procesión venía acompañada de su propia cantata, sorda y monótona como toda la música india de México. No alcanzaba sin embargo a silenciar el rumor de las rodillas penosamente arrastradas por le pasillo. Todos avanzaban de rodillas, algunos con cirios encendidos en las manos, otros con los brazos abiertos en cruz, otros más con los puños apretados contra el rostro. Las mujeres portaban escapularios. Los hombres, pencas de nopal sobre pechos desnudos y sangrantes. Algunos rostros entraban velados por máscaras de gasa atadas a la nuca que convertían a las facciones en meros esbozos pugnando por manifestarse. Las oraciones en voz baja eran como cantos de pájaro, trinos altibajos totalmente ajenos.”

“… ¿por qué tienen fe estos hombres y mujeres desvalidos , muertos de hambre, que jamás han recibido una recompensa del Dios al que adoran? ¿por qué creemos y actuamos en nombre de nuestra fe a sabiendas de que no seremos recompensados por los sacrificios que la fe nos pone como pruebas?, ¿hacia dónde avanzan estos pobrecitos del señor?, ¿quién era, qué era la figura crucificada… la procesión no venía a ver a Cristo, sino a su madre, convencidos a pie juntillas de que concibió sin pecado, que la preñó el Espíritu Santo, no un carpintero cachondo verdadero padre de Jesús?, ¿sabía uno solo de los penitentes que avanzaban arrodillados hacia el altar de Guadalupe que la concepción de María no fue inmaculada?”