viernes, marzo 28, 2008

¿Lees en papel o sobre pantalla?

Foto: Juan Bautista M.

Visto con alguna dosis de benevolencia, el libro, como ahora lo conocemos, es un formato prácticamente joven. Desde que un alemán se dio a la tarea de concebir la imprenta como una de las innovaciones de su tiempo, el conocimiento trastocó sus formas de transmisión. Y aunque la sabiduría no estaba al alcance de todos, fue posible el almacenaje y la cierta libertad de consulta. A la par de los impresores, nacieron los guardadores o coleccionistas de libros y con ello el surgimiento de las bibliotecas que, generalizadas o especializadas, se encargaban de situar en un espacio físico toda la posibilidad de los saberes humanos. Al ser reunidos, los libros que se salvaron de la censura o las hogueras de la Inquisición quedaron confinados a espacios donde sólo un grupo de privilegiados podían consultarlos. El sueño de una biblioteca personal se trataba del excéntrico capricho y/o necesidad de órdenes religiosas o de príncipes. La comunidad o el “común” estaban excluidos sobre todo por dos razones: el alto precio que alcanzaban los libros y el analfabetismo dominante en la sociedad.

Ocurrirían algunas centurias para el surgimiento de un fenómeno en la cuestión libresca: la oferta se contaminó por la demanda. Fue hasta los albores del siglo XX cuando los gobiernos de los ya sólidos “estados nacionales” se dieron a la tarea de lanzar sus arengas a favor de la alfabetización y tras el discurso de crear una sociedad “letrada”, la necesidad de hacer disponibles materiales de lectura fue una prioridad en las novedosas maneras de ejercitar la política pública. A la existencia de ciudadanos capaces de decodificar la grafía impresa sobre papel había que responder con la posible oferta de materiales de lectura. Entonces surge la cuestión, ¿por qué se truncó el espejismo de la difusión social o mayoritaria del conocimiento a través de los libros?

A largas zancadas, la explicación a la pregunta formulada merece aquí tratamientos sencillos. La primera respuesta es que se trataba de un espejismo y como tal, no podía ir más allá de las buenas intenciones. La segunda posibilidad debe orientarse al surgimiento de tecnologías o avances que nos permiten analizar el protagonismo de la promoción y divulgación del conocimiento. Debemos referirnos al central papel que durante el siglo anterior jugaron —en orden de aparición— la prensa, el cine, la radio, la televisión y la Internet. La “lectura” se desplazó y para tener conocimiento y vivir en un mundo altamente informado o mediatizado, ya no era necesaria o indispensable la alta inversión en materiales que sólo reconocían como soporte físico al papel. Conforme suceden los tiempos, “estar informado”, no supone el sosiego del análisis sino la inmediatez. Saber o apenas conocer, contra pensar. Conocer y asumirse ciudadano de la aldea global, en la primera década del siglo XXI es prioridad harto atractiva.

Mas la lectura ofrece la única oportunidad de nobleza hacia uno mismo.