miércoles, mayo 21, 2008

PROFESORES CON "M"

Pintura: Miguel Ruibal

Todos guardamos alguna escena redonda sobre un profesor o profesora en particular que nos acompañará siempre y que saldrá a flotar en la charla que invoca las situaciones escolares. Hay las escenas memorables y las que de plano se recuerdan porque su característica es un dardo que pica justo en el centro del dolor, en ese resquicio del recuerdo que obliga a cerrar los ojos y pone en evidencia palabras como: indefensión, humillación, impotencia, azoro, falta de experiencia y minoría de edad.

Mi abuela, nacida antes de la mitad del siglo anterior, siempre rememoró los veinte golpes de vara que recibió en las espaldas porque la tabla de multiplicar del número siete no era de su exacto dominio. Mi abuelo, un poco más viejo que ella, recordaba a un maestro rural que les hablaba con más vehemencia que lógica sobre la gesta emancipada de Benito Juárez. Mi madre gusta aún de platicar que cierta profesora les enseñaba bordado por las tardes y tras cada jalón de orejas que la mentora propinaba a sus pupilas, acudía a un pañuelo con el que aseaba la punta de sus dedos y mientras buscaba volver a lo inmaculado solía decirles: “Hasta su mugre tengo que limpiarme”.

Y es que la costumbre de que “la letra con sangre entra” fue común hasta que en las aulas inició el retintín de los derechos de los niños y las niñas. Generación tras generación, el maltrato de profesores a estudiantes era tan cotidiano que a nadie le espantaba conservar una de esas historias macabras con relación a su vida escolar. Quien esto escribe, aún en la década de los años ochenta del siglo que se nos fue, escuchó cuando algunas madres asistían al salón de clases para indagar sobre el comportamiento y de paso el aprovechamiento escolar de su hijo y a la despedida espetaban a la profesora: “Ah, maestra. Y si tiene que jalarle las orejas, cuenta usted con mi permiso”. La educación, más allá de los programas de estudio, se ejercía también con la patente de corzo que los propios padres entregaban a los mentores.

Los usos de aquella patente de corzo se convirtieron en abusos. O el mexicano que perdió la infancia hace no más de treinta años y que no conserve algún regustillo a caramelo amargo, pues que tire la primera piedra y siga adelante. Y aunque los ejemplos se antojan más con exclusividad para la escuela pública, seguro que en los recovecos de los colegios de curas y de monjas sobran detalles de lo que ahora tipificamos como abuso y maltrato infantil. Sabemos también que los traumas escolares no venían exclusivamente de golpes y Psique sabia, sabía agrandar con generosidad el oscuro territorio del miedo. ¿Cuántas historias de infancia no tienen su punto de arranque con la espléndida meada del chiquillo que pasa al frente de la clase para dictar una lección mal aprendida?

Pero cuando habíamos pensado que la indefensión propia de la infancia quedaba atrás porque los bríos de la adolescencia y juventud ya asomaban, la lista de lo macabro la encabeza la entrega de los deberes o trabajos o tareas o investigaciones finales. Centenas y millares de hojas de papel son impresas, fotocopiadas y encuadernadas año con año, semestre tras semestre y que terminarán pigmentadas por la tinta roja de la caligrafía del profesor que escribe: “Buen trabajo” o “Buen esfuerzo” o “Te paso porque me das lástima”. Y de allí, papeles que el tiempo colora de amarillo, cubiertas plastificadas con puntos que no son suspensivos sino cagadas de mosca y a la postre, delicioso festín para los ratones.

Habrá, sin duda, los buenos profesores con quien uno se topa a lo largo de la vida. Aunque los menos, son quienes no se dedicaron a acribillar con la hueca explicación de un Teorema de Pitágoras que ni siquiera ellos comprendieron jamás; sus nombres galopan de vez en cuando en la punta de la lengua, porque fueron quienes mostraron que la vida no puede estar en un cuaderno, en un libro o en un número laudatorio. A los profesores que enseñaron a encontrar soluciones siempre se les guardará un espacio en la memoria, son los profesores con eme: maestros.