jueves, mayo 29, 2008

Imaginario y ficción: ahogarse en un buche

La cinematografía se ha permitido fantasear con la destrucción de ciudades o naciones enteras. El motivo de las catástrofes no apunta únicamente a la invasión de fuerzas extraterrestres o guerras atómicas y el factor ambiental ha ejercido su peso. Aunque no todo lo que se proyecta en la pantalla grande y se reproduce en la chica es Hollywood. Desde la bucólica visión del filme “Río escondido” (1947. Emilio “Indio” Fernández) el público mexicano se conmovió con la historia de Rosaura Salazar, una maestra rural que está enferma del corazón y recibe de buena gana el encargo presidencial —Lázaro Cárdenas- de atender una escuela que lleva meses cerrada. La escuela se ubica en el pueblo de Río Escondido donde Regino Sandoval, el cacique, sojuzga a los habitantes, los explota y les niega el agua.

La moraleja de aquel filme tenía un punto nodal en su drama: reabrir la escuela y muy a la “Fuenteovejuna” del siglo de Oro, concienciar al pueblo de que educación y agua eran su patrimonio y que los caciques nada podían cuando el pueblo se une. Eran los amorosos lances del “Indio” Fernández para con la política que financiaba este tipo de películas, las reminiscencias de la administración del presidente Lázaro Cárdenas (ocupó la presidencia de 1934 a 1940).

LA OTRA CARA

Y mientras la promesa de la destrucción o la colisión nos mantenga en carne viva las preocupaciones, los cuadros apocalípticos no dejarán de acechar en el terreno de la ficción. La literatura mexicana actual cuenta con un exponente que ha sabido conjugar —la crítica y el tiempo dirán si bien o mal- el ejercicio de la divulgación histórica desde una perspectiva política pero con discurso de novelista. Francisco Martín Moreno (nacido en 1946) ha barbechado en los terrenos del nacionalismo del siglo XIX mexicano, en la ríspida cuestión de la expropiación petrolera, en el siempre polémico papel de la iglesia católica en el devenir de México. Su tenacidad la confirman algunos de sus títulos: México Negro (1986), México secreto (2002), México mutilado (2004) y México ante Dios (2006). Historiador, articulista y novelista recrea lo que ahora se llama “posmodernidad literaria” que podría consistir en componer novelas auxiliándose en todos los géneros de ciencias sociales y los literarios posibles, incluido el periodismo.

México sediento (Alfaguara, 2008) es el último de sus títulos publicados, aunque la novela fue escrita en el año de 2003. No se trata de una visión catastrofista sino del encadenamiento de circunstancias con que el lector deduce, de manera lógica, lo que ocurriría en la capital del país tras una prolongada sequía. El autor advierte que se trata de: “una novela ecológica con una intensa trama ambientalista, contiene un llamado, un ultimátum hidráulico a la ciudad más poblada del planeta” y más adelante asevera: “La ciudad de México es una megalópolis con problemas gigantescos, pero de acuerdo con los expertos ninguno es tan grave como el abasto de agua”.

Melitón Ramos es el personaje central de esta historia de Francisco Martín Moreno. A lo largo de las 387 páginas el lector acudirá a tres narraciones, la de ficción (vida, penurias y milagros de Melitón) la de sesgo histórico (cuya tesis es mostrar cómo el factor medio ambiente ha influido en la vida social de México) y la técnica (mostrar con los “ojos del ingeniero Melitón” que la falta de una planeación adecuada en el abasto de agua para la ciudad de México puede desencadenar un escenario que, en la novela, sitúan al país al borde la fractura definitiva y es necesario implantar el Estado de Emergencia Nacional).

NOVELA O DOCUMENTO INVENTADO

Divida en tres generosos capítulos, México sediento no aspira en ninguna de sus líneas a la grandilocuencia literaria, sino que apetece llegar al gran público que está acostumbrado a historias comunes y sin exigir de él una formación previa para deglutir las grandes obras de la novelística. Para un lector avanzado, la recurrencia a fragmentos casi de telenovela puede hacérsele como un recurso machacón y con buenas dosis de sentimentalismo y el cinéfilo podrá advertir la calca de escenas de películas mexicanas (conocidas gracias a las tardes sabatinas de Televisa) que resuelven el problema de la construcción de la situación por la que transitan los personajes. Pero más que verlo como un quiebre o una falta de recursos literarios, al autor no se le puede catalogar de hacer a un lado la infinidad de licencias que permite la creación de la novela. La suya es una novela ecologista, él mismo la etiquetó en las primeras líneas del prólogo y como tal, antes que obedecer a principios estéticos, ese México sediento persigue la propagación de un mensaje y captar al mayor número posible de lectores.

A fin de cuentas, lo que cuenta, también son los cuentos y las herramientas de las que se puede echar mano para divulgar un mensaje. La sequía en México no es una fantasía de ecologistas recalcitrantes o científicos locos. El agua es vida y donde falta, sobrarán los motivos para quitársela, la vida entera a quien tenga el agua.

A pesar de que las alarmas están encendidas el riesgo sólo parece ser advertido como en la novela de Francisco Martín Moreno, donde los científicos alzan la voz y los demás escuchan, aplauden y regresan a sus labores de siempre. En una charla que el personaje Melitón Ramos dicta en la UNAM, advierte: “La corrupción, el desorden, la apatía, la cobardía y los intereses creados facilitaron y aceleraron el proceso de destrucción” (página 125). Durante la misma charla añade: “…si escasamente se relacionan las sequías con los estallidos sociales ni con la vulnerabilidad política; si a nadie se le ocurre que pueda dejar nuevamente de llover —concluyó, consciente de que estaba creando una justificada alarma—, ¿verdad que no debemos sorprendernos de lo que pueda pasar en nuestro país?” (página 127).