viernes, julio 18, 2008

Crónica de un luto sin llanto

Como quien sin querer y adrede fue de los que siempre dio nota, la muerte del antropólogo Roberto Williams García (1925-2008) se difundió como el reguero de pólvora en la ciudad capital de Veracruz. La mañana del jueves 26 de junio los teléfonos celulares repiqueteaban para anunciar, remachar o confirmar la noticia, a las tres de la madrugada, el amigo había dejado de existir.

El círculo de próximos a su aura ya esperaba el desenlace. Los últimos dos años habían sido de frecuentes recaídas y desde los primeros días de junio su estado de salud se complicó al grado de la hospitalización definitiva. “Está muy mal”, “No hay nada qué hacer”, eran los rumores callejeros que después confirmó el veredicto médico. Y para quienes lo tratamos más allá de la academia, como en las bohemias que se celebraban en su casa de la céntrica y xalapeña callejuela Jesús González Ortega, no había asomos de resignación sino más bien el asentimiento de aceptar lo que decía Schopenhauer: “Los primeros cuarenta años de vida nos dan el texto; los treinta siguientes, el comentario”.

La partida de Roberto Williams García fue dolorosa, como penetrante es la idea de la muerte. Pero si de algún consuelo podíamos asirnos los cercanos era que el viejo: educó a propios y extraños, leyó, escribió, viajó, comió, bailó, enamoró y aprovechó al máximo desde los desvelos hasta los crepúsculos, alboradas vespertinas que tanto le gustaba fotografiar desde la terraza del parque Juárez. Él ya no está. Juan Ventura Sandoval, amigo y académico universitario, escribió sobre la muerte de Williams: “¿Y qué decir de la circunstancia de morir a las tres de la madrugada, esa hora que los estudiosos de la magia y las costumbres llaman la hora de los espíritus? Tu devenir en espíritu ha llevado a otra dimensión tu obra académica y educativa. Qué tristeza causa saber que contigo se va otro de los pilares que instauraron el sustrato cultural de la antropología…” (Diario de Xalapa, junio 28 de 2008).

El escritor veracruzano Raúl Hernández Viveros publicó en ese mismo periódico: “…durante varias décadas compartí muchos días de diálogo constante y creador con Roberto Williams García… Fueron miles de noches que en nuestras casas, tuvimos la oportunidad de compartir veladas extraordinarias de una lucidez infinita. Desde que me incorporé al Instituto de Antropología de la UV, se consolidó una profunda amistad… Continuamos y consolidamos la creación de proyectos culturales”.

Roberto Williams era infaltable a los eventos académicos y artísticos de la capital veracruzana. Se trataba de un joven en traje de viejo que curioseaba en los laberintos del conocimiento, que todos los días navegaba en el mar de letras de periódicos como El País, El Universal, La Jornada y los periódicos locales. Artículo que le gustaba, artículo que recortaba con minucia para mostrarlo a quienes accedieran entrar en polémica. Cierro los ojos y lo veo recibiéndome en su casa y acto seguido, extiende un recorte adherido a una hoja de papel revolución, tamaño oficio, con su letra en mayúsculas, que indica el medio y la fecha de publicación. “Lee en voz alta”, ordena., mientas, él se columpia en su mecedora. Al terminar la lectura, Roberto podía refrendar sólo dos cosas: “Es un genio, aprende a escribir así” o bien, se lleva las manos a la frente y grita: “Qué pendejo, nunca vayas a escribir a pendejadas”, ríe y anuncia con tono socarrón: “Bueno, te lo muestro para que no sigas escribiendo más pendejadas”. Después muestra sus dotes de manirroto anfitrión: “¿Quieres beber agua, refresco, café, té, cerveza, vino, güisqui, champaña, licores finos? Nada más tengo agua que espera el güisqui que me ibas a traer”.

ADIÓS, ANTROPÓLOGO

Los restos de Roberto Williams García reposan en el cementerio Xalapeño. Su último recorrido fue del Museo de Antropología al camposanto. Un día antes, en la sala funeraria donde velaban su cuerpo, la esposa de su entrañable amigo, el caricaturista Fernando Morales, me enseñó el “adiós gráfico” que tributaba el dibujante. Un Roberto ataviado con su cámara fotográfica avanzaba entre nubes mientras un jarocho con lágrima pendiendo le decía: “Adiós, antropólogo Roberto Williams, allá te alcanzaremos”. Gloria me dijo que sí, que hacia allá íbamos todos.

Seguramente alcanzaremos a Williams y en lo que llega nuestra cita con la pálida dama, los que convivimos con él aprendimos la lección: aún queda jamón serrano y queso rancio, rutas por andar, libros por leer, tinta y papel para escribir, canciones y poemas qué memorizar y mejor que eso, gente a la que se puede repudiar pero sobre todo, amar.