lunes, julio 21, 2008

Los comelitones de Estado

Quien esto lea y recuerde los excesos cometidos por la clase política, no olvidará que hace poco más de un año los mexicanos nos escandalizamos por los gastos que genera el consumo de artículos de “primera necesidad” de los diputados federales en el palacio legislativo de san Lázaro, en la ciudad de México. Los representantes del pueblo, no conformes con sus generosos salarios, consumen, entre sesión y sesión, grandes cantidades de caramelos, galletitas, botellas de agua mineral y cientos de kilómetros de pañuelos desechables, tantos como para limpiar el culo a un regimiento de soldados acuartelados. La indignación no pasó del suelo, aquella noticia se eclipsó con la llegada de otra que, sin duda era más vergonzosa, ¿cuál? Pues cualquiera.

Esto no se trata de un verdadero abuso de poder sino más bien de la enseñanza que nos casi obliga a brindarle agasajos a toda persona que ostente un rango de autoridad con respecto a nosotros. El anfitrión llega a cometer despilfarro, incluso en detrimento propio. Quizá en el fondo queremos demostrar que tan poco mezquinos podemos ser o qué tan lejos estamos de la miseria absoluta. Frijoles apenas sazonados con sal en la mesa de todos los días y carne, sólo para cuando las visitas merezcan.

Y es que aún, por cultura o mal entendimiento de la hospitalidad, la mayoría de los mexicanos estamos acostumbrados a “echar la casa por la ventana” cuando al hogar, al barrio, a la ciudad o al país llegan personas con investiduras más galantes que las de uso común. Que no se diga que estamos tan mal. Lo confirma el clásico chiste de la cena que organiza el empleado para convidar a su jefe, cuando están a la mesa, el niño pregunta: “Mamá, ¿alcanza el filete o también hoy me hace daño?”. Un amigo cercano alegaba que el mejor pretexto, cuando los comensales rebasan el número esperado, es declarar que los manjares le provocan acidez estomacal o de plano, que si engulle las croquetas de bacalao, tendrá jaquecas.

Cuando pensamos que el despilfarro es una manía propia de mexicanos, el mito se viene abajo. La última cumbre del G-8, celebrada en Japón, donde los representantes del los países más ricos del mundo se reunieron para tratar, además del problema del cambio climático, la crisis alimentaria, convidó a sus exclusivos invitados a una cena sobre tatamis. Japón, cena y tatamis nos remiten a un imaginario: arroz cocido al vapor, pescado crudo y sake, siempre y cuando fuera cierto el dicho aquel de: “a la tierra que fueres has lo que vieres”. Pero como los dignatarios de Francia, EE UU, Rusia, Reino Unido, Canadá, Alemania, Italia, la Unión Europea y Japón no convivieron con los ciudadanos de a pie, se conformaron con…

Un agasajo formado por un menú de 19 platos. “Bendición de mar y tierra… a los mandatarios presentes en la isla de Hokaido les fueron ofrecidos entre otros manjares maíz relleno de caviar y salmón ahumado o cordero asado con setas y trufas… El banquete estuvo regado con el tradicional sake japonés, además champaña Le Rêve, borgoña Château Latour y caldos de California y Hungría” (El País, julio 9 de 2008).

Por supuesto, se trata de los representantes de los países más ricos del planeta. Que con su dinero lo paguen. Mas si el exceso nos pareciera imprudente yo sé de gobernadores mexicanos que no se conforman con una copa de vino con denominación de origen (digamos que de 400 pesos la botella) y son tan buenos catadores que cuando les sirven “algo similar” rechazan la bebida porque alegan que no es al que están acostumbrados, pues sus jugos gástricos no soportan más que caldos de 4 mil pesos la botella. Ni modo, al buche de nuestros mandatarios mexicanos lo que un profesionista mal pagado gana por un mes de trabajo. Esto es amor a la mexicana.