Foto: Pedro Meyer
Algunos mexicanos crecimos con la fortuna de una cantaleta a la hora de la comida: “termínate la sopa” y cuando el rostro se nos descomponía en muecas, añadía la voz de la madre o de la abuela: “piensa en todos los niños que no tienen qué llevarse a la boca”. El plato, con argucias de menos o de más, terminaba limpio.
No se desperdiciaba nada. El resto o los sobrantes no podían irse a la cañería, porque había pobres. Sólo mencionarlos se trataba de un mal augurio, de fatalidad.
Con la idea montada sobre el unisel de la caridad nos hicieron creer que dar lo que sobra era ayudar al prójimo. En los años ochenta se trataba de regalar “algo” al desvalido. Para los noventas, la palabra “solidaridad” se nos pegó a todos en la punta de la lengua. Y de la dádiva, mudamos a otra falsa piel, adherirnos, condolernos con los quienes menos tienen.
Tanta indulgencia y sus sinónimos colados en el discurso y en la práctica no han servido más que para hacerse la idea que desprenderse de unas monedas remedia la indigencia. Esa idea es tan falsa como todas las que se vierten durante el cortejo amoroso. “Sólo tú, tú, tú…” cantó el Teletón y superada la cifra, el país amanece con su igual número de pobres.
¿A quién le sirve el “redondeo”, las tarjetas que compran “un kilo de ayuda”? El que regala tres centavos no remedia más que una liviandad a sus bolsillos y a su conciencia. Sí, habrá un centro de ayuda para niños discapacitados en Poza Rica. Pero en el fondo, ¿no se trata de un acto de omisión?
Me pregunto si nuestros impuestos no son los suficientes para cubrir las obligaciones que contrae la administración pública. No lo son, porque el mismo gobierno ha permitido la celebración de la doceava paparruchada nacional de la pedinchería. Al Teletón del año 2009 le pondrán una meta más grosera y los artistos maquillados dirán con su voz de pitos y flautas: “ándele mis mexicanos, lo que roban arriba no alcanza para ayudar a los de abajo”.
Sólo tú, tú, tú y yo, mantenemos a quienes en nombre de la democracia viajan comisionados por trabajo en primera clase, comen bien tres veces al día y cuando defecan, limpian el desperfecto que dejó la tormenta con pañuelos de seda.