La cifra de las bajas humanas durante este 2008 y provocada por la ola de violencia en México, ha tenido la constante de una guerra mal planeada y peor declarada. Se trata de un berrinche presidencial que en un intento por ganar hegemonía, desplazó a las fuerzas armadas.
Esa rabieta del mandatario hizo virar al ejército de los cuarteles a la calle y en un abrir y cerrar de ojos colocó a los militares en la banqueta. Los reinventó dueños de un poder que no se veía desde la guerra civil a la que los mexicanos estamos acostumbrados a llamar “revolución” y los soldados circulan hoy casi tan libres por callejuelas, plazas públicas y jardines.
Se nos dijo, lo reiteró el presidente de la república, que todo el aparato de milicia estaba al servicio del pueblo y qué mejor manera de hacerlo que para combatir al narcotráfico. La mentira fue menos dulce que un beso de monja: bajas muchas, delincuentes intocables y un saldo de población atemorizada. El ejército movilizado de Chiapas y de los cuarteles localizados en las zonas militares va posicionándose de los espacios públicos del país.
Pero ¿dónde está el enemigo?
Darse un Dios-vive con un policía de macana y ampolleta de gas lacrimógeno al cinto no es lo mismo que discutir con un soldado. El que resguarda su cabeza con un casco imposta miedo gracias a que luce su pertrecho fusil, destartalado, sí, pero siempre listo a vomitar disparos.
Un vituperado gobierno federal declara guerra al crimen organizado, inician las batallas. Pero entre el verdadero pueblo aún estamos por reconocer y certificar en los bandos al que hace papel de bueno y reconocer al malo. De momento, la sociedad civil sólo tiene una posibilidad: nosotros aportamos los muertos y los que ostentan el poder continúan el brindis y su borrachera que, en lugar de resaca, puede terminar en diarrea.
Felipe Calderón, presidente de México, lloró el deceso de su secretario de gobernación (o Canciller) y a menos de un mes, asistió a las exequias de un ex ministro. Para esos difuntos existieron las honras fúnebres. ¿Y los caídos durante su existencia cotidiana, quizá anodina? Siempre en el suelo o al nivel de la tierra. La población ignorada en su opinión pero valorada en la cuantía de sus impuestos.
No bastan las despedidas a dos hombres cuando tantos millones de ciudadanos nos jugamos la vida. El presidente de México ignora la vida común pero manda la movilización de un mal ejército.
“El poder no se equivoca”, me explicaba durante su cátedra universitaria el politólogo Javier Ortiz, mientras discutíamos el proceso político. “Amo la traición, pero odio al traidor”, es una frase atribuida al emperador romano Julio Cesar. Me decanto por la opinión del imperator.