Foto: Lori-an
Los economistas ya habían anunciado la debacle financiera de los Estados Unidos de Norteamérica pero los políticos confiaban más en las artes de la prestidigitación. Cuando la avalancha es incontenible los periódicos y revistas especializadas informan que los entendidos preveían la caída de las bolsas de valores desde hace poco más de dos años.
Pese a ello, pareció una etapa de bonanza, se disparó la apertura de créditos. En Norteamérica, sólo unos pocos millonarios que no se resignaban a perderlo todo prefirieron sacar la pistola de una gaveta de su escritorio y con un simple jalón al gatillo, ponerle fin a la prometedora miseria. La ruleta de los apostadores sucumbió ante la lógica de los previsores.
La mayoría de los titulares de los periódicos se han permitido una caravana a las finanzas y de las secciones específicas, las noticias de la recesión han ocupado las primeras planas. Las guerras pasaron a segundo plano cuando el análisis de politólogos y economistas apuntalaba un argumento que el resto de los mortales pasamos inadvertido: se termina una era, hay que volver a definir los derroteros de la civilización.
Los ciudadanos de a pie comprendimos la magnitud de los discursos macroeconómicos al tiempo en que la alzada de precios comenzó a llegar a la microeconomía. Primero nadie creyó a los ambientalistas su postura de que en un mediano plazo los productos alimenticios subirían de precio. La economía era y es una torre de Babel para los desentendidos de aquel intrincado don de lenguas.
Contradicciones, divergencias. Los editorialistas defendían que por primera vez, el mundo conocía un auge de sobrada producción. Había o hay mucho, pero cada vez al alcance de una menor cantidad de personas. Después las cifras que sonaron a campanadas de alarma: el 50% de la población que tiene privilegio de acceso a los bienes materiales y alimentarios se concentra en Europa, el 30% en los Estados Unidos y el resto se disemina.
Para los historiadores que atienden los ciclos de la economía, la enfermedad del sistema capitalista tiene por arranque el año de 1973. Si les asiste razón, la agonía económica del mundo contemporáneo se agudiza para 1989 y sus estertores son más que evidentes en 2008. Quiere decir que en menos de cuarenta años se fue desmembrando la idea del bienestar que trajo consigo el siglo XX. O más que cien años, el “siglo corto”, que va de 1914 a los primeros años de la década de los noventas, como lo denomina Eric Hobsbawm.
Pero en una etapa de conexión inmediata, de globalización, lo que sucede en un lugar afecta a sus terminales. Los tentáculos del pulpo son muy sensibles. Se trata de un fenómeno que los simples comprendemos apenas y eso porque la cinematografía machaca de a poco con esa idea del “efecto mariposa”. ¿Sería esa la verdadera piedra filosofal que tanto preocupó a los pensadores de la Edad Media?
La varita mágica de las hadas financieras de las bolsas de valores no hizo efecto inmediato. El conjuro tardó unos treinta y cinco años. Y en México, hasta el día de ayer, en los bancos, los promotores de las tarjetas de crédito seguían ofreciendo su amable gestión a los alineados en la fila de espera.