jueves, diciembre 11, 2008

Los cuicos o el conejo Robert

Foto: Bárbara Gallardo


El alcalde de Xalapa promueve la cultura de la denuncia. Pero si en las escuelas no se ha explicado el significado de la palabra, el señalamiento del mal comportamiento del otro caminará resignado hacia el trampolín de la delación… De ciudadanos responsables no hay mucha distancia para ser delatores.


Las crónicas del hasta el siglo XVIII nos hablan de una Venecia donde a las puertas de la Consejería de la Ciudad se colocaba un buzón. La entrada para las cartas era la boca de una figura humana que rayaba en lo siniestro. Allí, los hijos de la república tenían derecho para deslizar papeles donde constaran las denuncias pero no las firmas. Se desataba el aparato policial en contra del acusado, hasta que no se demostrara lo contrario.


También en Venecia, había dos horas vespertinas de plena libertad. Tañía una campana, la de los condenados y significaba que durante unos ciento veinte minutos, como un limbo, se abría la posibilidad de que circularan libres, los emancipados de culpa y los pecadores. Podían circular a través de los canales los truhanes y las beatas; las infectas con sífilis y los cambistas hipócritas.


Hasta los vengativos y rabiosos hijos de Venecia respetaban una tregua a la delación. Aquí y ahora; en la ciudad donde sobran los automóviles y los desperfectos viales, la denuncia no es todavía palabra adecuada, bien enseñada en las escuelas y menos aún, bien puesta en práctica.


¿Recuerda el señor alcalde su programa “Vecino cochino”? Se trataba de delatar al vecino que sacara la basura a la calle, antes de tiempo (¿qué tiempo?) y que se sepa, ni la exposición de basura, ni la colecta de la misma, han mejorado.


“A la carga mis valientes”, digan, escupan… ¿y quién resguarda el descanso del denunciante? ¿Su ángel de la guarda?