viernes, enero 30, 2009

Sin héroes, no hay modelos a seguir

Las ocurrencias de la niñez y la juventud provocan recuerdos y sonrisas. Gracias a esa inexperiencia se cometen excesos o bien actos temerarios. Algún niño soñó que en verdad podía volar, pero como nadie le explicó la leyenda de Ícaro, no le hicieron falta alas fabricadas con pluma y cera y un trapo cualquiera le sirvió de capa. Ni los superhéroes ni los niños pueden volar y en cambio, tienen una posibilidad enorme de terminar con un hueso roto.

No todos los pequeños y púberes creen que pueden imitar las proezas de los dibujos animados. Por eso hay que distinguir entre dos tipos, como alguna vez lo indicó la escritora española Elvira Lindo. Hay que diferenciar los inocentes de los vivillos. Los inocentes se tragan cualquier cosa y sufren por las injusticias que observan en las caricaturas; son esos chicos que pasan por la vida con un caramelo en la mano. Los vivillos son aquellos que asisten a una fiesta infantil y en lugar de deleitarse con el número del mago contratado para entretener, buscan con afán el truco del pobre hombre que batalla para no ser descubierto.

Los vivillos siempre van a delatar a grito pelón que el mago es un farsante, que el conejo no salió del humo sino de una bolsa falsa. Esos vivillos no tienen la menor intención de dejarse conducir por la imaginación sino de mostrar que son tan listos y capaces, que la realidad les queda bien corta.

¿Tenemos niños inocentes o vivillos?

Un profesor comentó que en la escuela primaria donde trabaja, los alumnos de quinto grado se dieron cuenta de que unidos, podían conseguir bastantes cosas. Limaron sus asperezas de chiquillos y decidieron sumar esfuerzos para amedrentar al resto. Eran ese tipo de vivillos que asolará a sus compañeros durante el recreo. No tardaron mucho para hacerse llamar “Los zetitas”. Y esos “Zetitas” quitaban loncheras, monedas y golosinas a cambio de protección. ¡Qué ingenio!

Una profesora comentó que en sistema de youtube, un pequeño imita las actitudes y las palabras de un asesino confeso. Dijo: “Las mismas palabras y ademanes que hace el adulto, las repite el pequeño”. Ella comentó que al comparar el tiempo del video real, el de la imitación es idéntico. Misma respiración, mismas posturas. Ya se sabe también que durante la tierna edad no hay muchas ideas originales y se debe acudir a imitar, cual vil chango cilindrero: bailar al compás de la música que toca el organillero.

Apenas se trata de dos evidencias. Zetitas y perfectos imitadores de rufianes y asesinos. Ellos se quieren parecer a los villanos que gracias a un descuido, se convierten en héroes. ¿Será que en las escuelas comiencen a brotar los jefes de grupo, los espurios y los legítimos?

Hagamos una encuesta entre la infancia mexicana y preguntemos si alguno de ellos se quiere parecer a Miguel Hidalgo y Costilla, a José María Morelos, a Benito Juárez, a Emiliano Zapata… a… ¿tendría caso continuar?