Foto: Pablo Cambronero
Si la crisis ha golpeado a todos los sectores sociales, ¿por qué habrían de quedar fuera de la lista los más vulnerables de la población? Los pobres es mucho decir, pero de entre los pobres hay los más desvalidos, indefensos a quienes mengua la fuerza y se convierten en la carne de cañón.
Nos hemos dedicado a lamentar las fuentes de empleo recién perdidas, pero hemos dejado a un lado que a partir de ese momento, el drama familiar apenas comienza. Justo cuando las cifras por baja de empleo aumentan, las personas que fungían como los proveedores tendrán que ajustar cuentas entre los suyos. Lo aparatoso del Encuentro Mundial de las Familias no tomó en cuenta que cinco o seis integrantes que subsistían gracias al sueldo de uno solo, ahora quedan en el desamparo.
En momentos así, los primeros que se convierten en carga son aquellos que no producen. O mejor dicho, los que no ingresan un peso al gasto familiar. Pensemos en niños y en ancianos, unos y otros no tienen posibilidad de “ayudar” y dadas las condiciones de carestía, tienen que hacer lo posible por no sentirse o no ser los blancos de los reproches. ¿Cómo sale de casa un anciano a quien le negarán toda posibilidad de trabajo? ¿Qué debe hacer un niño?
Habrá niños mexicanos que abandonarán el supuesto paraíso protector de la infancia para salir al reino de aquí abajo. Ni Desarrollo Integral de la Familia ni programas y otras paparruchadas son voces que convenzan a miles de padres que optarán por que sus hijos se resignen a la oración de “buscar el pan de cada día”. Ese pan no podrán encontrarlo con trabajos justos, porque además de injusto, en la mayoría de las ocasiones es ilegal contratar a menores de edad.
El pan que se consigue y se conseguirá en México por el esfuerzo de sus niños, no sabe a bendición dorada. Tiene el regusto a unos versos de Octavio Paz: “probar la soledad sin que el vinagre haga torcer mi boca”. Soledad que sabe a vinagre, pero de la que no es posible quejarse. Cambiarán las rondas infantiles por los malabares donde convergen los cruceros de las grandes avenidas. Habrá niñas que se transformen en mucamas, antes de que tomen conciencia de lo que son…
En las décadas de los setenta y ochenta, nos espantó que un niño salvadoreño fuera retratado con un fusil en la mano, en lugar de un juguete. En México las cosas saben a caramelo; nuestros pequeños no tomarán un fusil. Para ellos se reservan las escobas, los racimos de plátano en las plantaciones del sur, la cosecha de los granos de café, la pepena en los basureros, las charolas llenas con cervezas, en las tabernas…
Hay quienes nunca terminan de crecer; pero ellos estudiaron en las universidades donde les acuñaron la idea de que habían nacido para mandar. Otros crecieron rápido, sin darse cuenta, sin enterarse de que antes que sus manos se hicieran ásperas y rudas, todavía eran niños.