jueves, febrero 26, 2009

No queremos trabajar en el IFE

Pintura: Miguel Ruibal

Ey, familia. Cuento dedicado a los nueve consejeros del IFE, ratotas de dos patas.

Cuenta la leyenda, que en un país donde sobreviven unos cincuenta millones de pobres (la mitad de la población total) había una oficina que contrataba bien pocos ciudadanos para garantizar la pulcritud de los procesos electorales. En esas lejanas tierras, gran parte de los otros cincuenta millones de habitantes estaban a punto de enloquecer porque el dinero no les alcanzaba para cumplir sus sueños. Unos no se conformaban con el apotegma del Padrenuestro y se escondían de sus deudores, porque las oscuras leyes no podían librarlos de cualquier ofensa.

La leyenda dice que se llamaban: Leonardo Valdés, María Macarita Elizondo, Virgilio Andrade, Marco Gómez, Francisco Guerrero, Alfredo Figueroa, Benito Nacif, Arturo Sánchez y Marco Antonio Baños. Pero un hada llamada Discordia, embrujó a los enemigos de estos nueve querubines y de la noche a la mañana los cien millones que habitaban el país, se despertaron con la noticia de que los cuidadores de la pulcritud electoral iban a ganar la monserga de 330 mil pesos mensuales, 11 mil diarios. Los pobres-pobres y los ricos-pobres se enojaron tanto, que en lugar de “increpar”, les dio por inventar una acción nueva: “mentar la madre”.

Y tras un gran mentadero, se desmintió el mentidero. Los nueve querubines, sintieron terror cuando una gitana les echó la suerte: “Si cuando todos tus conciudadanos se aprietan el cinturón y se rascan la tripa ustedes cobran ese dinero, el cielo los convertirá en sapos ojones o en tlacuaches de cola pelada y no podrán aspirar a otro puesto que ser exhibidos en las ferias del Universo”. Para que le creyeran más, la gitana cambió las baterías de su bola de cristal y les mostró el destino…

Los nueve querubines se habían transformado en una especie aún no registrada por la Zoología. Tenían hocico de puerco, cola de rata, panza de tlacuache, patas-manos delanteras de tlaconete, orejas puntiagudas y con pelos y unos colmillos como de Senador vitalicio. De sus malformados hocicos emergían sonidos aún no catalogados: rebuznos, balidos y algo parecido al “Sssssssssss” de las serpientes. Para mayor vergüenza, estaban encuerados y vivían en vitrinas cuyos pisos estaban tapizados con virutas de aserrín.

Su castigo era vivir 330 años. Eran mostrados en las ferias de Neptuno, Saturno y Plutón y se alimentaban sólo por los cacahuates y las migas de pan que los niños les arrojaban. Niños que quedaban con los ojos redondos cuando sus padres les explicaban que la rara especie provenía de un planeta llamado Tierra, de una zona a la que los narcotraficantes y banqueros le llamaban México.

Ante esa visión horrible, Leonardo, María, Virgilio, Marco, Francisco, Alfredo, Benito, Arturo y Marco Antonio, dijeron: “No”. Y entonces, dicen los adultos, que se bajaron el sueldo.

La moraleja es: si quieres hacerte rico en este país y que los envidiosos no te lo echen en cara, vende genéricos, conduce programas de espectáculos, vuélvete senador y litiga contra el gobierno o siembre mota.