lunes, marzo 16, 2009

Ciudades de quinta o ciudadanos de primera



En las ciudades conviven todo tipo de personas. Esto no quiere decir que en las zonas urbanas donde los servicios cumplen con las expectativas de los ciudadanos y un poco más, las personas sean mejores que en los conglomerados donde el hacinamiento, la contaminación, la falta de oportunidades y el desempleo son la merma de la esperanza de sus habitantes. Las diferencias son la calidad de vida, pero eso no significa que los pobres afean el paisaje y que los ricos se pasan las tardes hablando sobre Platón mientras sorben traguitos de chocolate caliente.


Un pensador decía que el mejor lugar del mundo está en el sitio donde hay un tipo que tiene dinero en la bolsa, porque con dinero se puede comprar casi todo. Él comentaba que la semana más triste de su vida, tal vez fue cuando pisó las calles de París con apenas lo suficiente para mal comer. De nada sirve estar en el mejor lugar si no se tiene los medios para disfrutarlo.


Y eso marca la diferencia de vivir en ciudades que hacen brotar el orgullo de sus habitantes. No son dádivas del gobierno ni varitas mágicas sino la puntual y transparente administración de los recursos. La placidez de Zurich cuesta a sus habitantes, que son los que pagan las facturas con que su ayuntamiento mantiene a la ciudad. El lujo y la sofisticación de Londres no es ganga del común acuerdo de la vena británica sino de la vigilancia que se hace para que los dineros públicos sean bien invertidos.


Pensemos en ciudades “parasitarias” que deben su bienestar y lujo gracias al bolsillo de otros ciudadanos, que en su vida conocerán el sitio al que mantienen con sus impuestos. Allí tenemos la ciudad del Vaticano, un lujo que pagan entre todos los católicos del mundo y la de México, una megalópolis que nos cuesta a todos los que formamos parte de la federación mexicana.


Lo bonito cuesta y mucho. Y el que sea bonito no quiere decir que todo sea perfecto… una ciudad no son edificios y puentes, también abarca el entorno en que se desarrolla la sociedad. O ¿vamos a asegurar que en Nueva York no hay asesinos sólo porque tienen un parque Central tan bello?


Quienes vivimos en ciudades que pujan por salir del atolladero sólo esperamos que nuestro dinero se invierta bien. Ya no pedimos que los gobernantes lean por lo menos el proceso del surgimiento de las ciudades italianas renacentistas y comprendan que se trata de engrandecer para el beneficio de todos y no sólo de los comerciantes. Quisiéramos que los nuevos “corregidores del siglo XXI” se quiten de jugar a los dados porque está en sus malas artes del azar nuestro futuro.