lunes, marzo 23, 2009

Educación en fascículos


En el supuesto de que sea verdad, son doscientos los días hábiles del calendario escolar anual. Están medidos para que el alumno y sus maestros consigan llegar a aprendizajes significativos, es decir, que transformen la vida de los educandos. Esos días pueden ser muy útiles en la mesa de trabajo de los analistas, pero son un engaño si los aterrizamos a las escuelas.

Serían doscientas jornadas bien invertidas mientras no existan contingencias climatológicas, mientras los sindicatos no convoquen a juntas, mientras las autoridades no inventen nuevos días festivos y mientras líderes y chacales no se desgreñen. Esa “mientritis” de la educación mexicana es lo que pone en severas dudas la calidad con que se forma a los ciudadanos del futuro.

Los problemas seguirán en tanto aprendamos que la educación no se trata de una dádiva del gobierno mexicano sino de un derecho que hasta la fecha, no hemos pensado como exigible. Por ello, cuando hablamos del tema educativo en México, jamás pensamos en escuelas y alumnos. Primero están las redes de encubrimiento a profesores medianamente preparados, a mentores delincuentes que aprovechan y abusan de la autoridad que creen les confiere el magisterio, a líderes que con sueldo de profesores les alcanza para pasearse con la impunidad que consiguen sus guaruras.

Porque pensamos que nuestra educación es un regalo del gobierno, la aceptamos a como venga, con todas sus deficiencias y marrullerías. Antes que alumnos atendidos en escuelas dignas, con las condiciones idóneas, vemos a la educación como la pintura de la Patria, esa que se reproducía en las portadas de los libros de historia. Nuestra educación es una señora desgreñada en el fragor de la batalla y en la reyerta, un combatiente le rasgó la ropa y por eso tiene un seno al aire.