miércoles, marzo 11, 2009

El otro lado del carnaval xalapeño


Cuando se anunció que en la capital de Veracruz se realizaría un “Carnaval”, fueron pocas las voces que se pronunciaron en contra. Una de ellas fue la del vocero de la Arquidiócesis de Xalapa: explicó que la fiesta estaba ubicada dentro de la Cuaresma y previno que la tentación del relajo iba a ser palpable. Las organizaciones no gubernamentales que se orientan hacia la educación sexual, explicaron que durante este numerito regalarían condones, como se hace en el puerto de Veracruz y la furia se desató.

Pero no faltaron los optimistas y lamecazuelas que salieron al quite para explicar que no se trataba de fomentar la pachanga nomás porque sí. Ellos, muy correctos, dijeron las dos palabras fantásticas que mueven la codicia tercermundista: “Derrama económica”. Y como si de un conjuro se tratara, el mago Merlín y Walter Mercado se quedaron cortos en sus predicciones. Ah, pues si venía la famosa derrama entonces lo mejor era dejar hacer y dejar pasar (como dicen los franceses). Aunque por “derrama económica” no se comprendiera que de lo que se trataba era establecer veinticinco puestos de cerveza y propiciar la venta de fritangas. No explicaron que jamás lloverían los billetes.

Y como la vieja canción: “El carnaval, llegó, llegó” y con él, un generoso mentadero de progenitoras. Lo que falló no fue la intención sino la planeación. Uno de los organizadores dijo con voz en cuello: “Voy a hacer de este carnaval el mejor que ha tenido Xalapa”. Y en efecto, no erró el tiro. El carnaval xalapeño está en boca de todos, pero en lugar de ser el corcel Babieca, que montaba el Cid Campeador, se transformó en el pulguiento jamelgo Rocinante, que montaba el esmirriado don Quijote.

Si el carnaval de Xalapa se hubiera vendido a los alcaldes de la República como la única fiesta donde saben como hacer enojar a la población, la ocupación hotelera habría sido un éxito y en lugar de veinticinco tenderetes de cerveza y puestos de fritangas, todos estaríamos volcados para no dejar en mal a la capital de los veracruzanos.

Imagine usted varios contingentes: los que desfilan, muy propios en su papel. Los automovilistas muy dispuestos en el suyo, con las manos sobre los cláxones a todo lo que dan; los estudiantes que perdieron clases darían muestras de vagancia civilizada. Tendríamos reinas de los baches, de las obras en construcción, de los conductores enojados, de los plantones. En lugar de quemar al mal humor, ardería feliz la Estridentópolis que imaginó un poeta. Pero no, se anunció como el más alegre cuando lo que sobran son muecas.

Como dicen por ahí: el cochino más trompudo se quedó con la mejor mazorca.