domingo, abril 26, 2009

Los presidentes… Julio Scherer


En el año de 1986 se hizo el lanzamiento de Los presidentes, del periodista Julio Scherer García. Fue un libro no exclusivo pero dirigido sobre todo a los mexicanos que ya estaban en edad, privilegio y obligación de producir y tomar las decisiones que, para bien o para mal, nos afectan. A más de veinte años de distancia, en febrero de 2007, el grupo editorial Mondadori reeditó la obra y como apuntaba en un ensayo reciente —que nada tenía que ver con Scherer, pero sí con una reedición de historia,— su lectura nos permite, a las nuevas generaciones (que comenzamos a responsabilizarnos por la marcha de este país) tener la misma versión pero con una visión diferente a la que mereciera la primera edición.

La utilidad de un libro de memorias, como Los presidentes, es siempre harto compleja. Su valor es apuntalado por el peso de la firma y de allí puede iniciar la carrera por las valoraciones que reciba. Julio Scherer es un personaje con privilegios puesto que atestiguó momentos de la vida pública cuando en este país, las sonajas del presidente de la república eran las únicas que merecían atención, así emitieran música o ruido.

El testimonio del periodista carece del rigor que se le exige o se espera de un historiador, pero a diferencia de los segundos, el lector supone que la fiabilidad de la palabra del periodista descansa primero en asumir y dar por hecho la no revelación de sus fuentes. A los años de distancia para con este libro, las fuentes que empleó Scherer no son claras, puesto que nunca las dice, pero lecturas posteriores de testimonios de periodistas que fungieron como directores de medios me aventura a una primera suposición: las agendas y la memoria certera y fiable de las secretarias. Antes de caer en la tentación de hacer “literatura” y evitar especulaciones, escribo la suspicacia. Federico Arreola, quien fungiera como director del periódico Milenio, anota con reiteración que los testimonios escritos en su libro 2006 La lucha de la gente contra el poder del dinero, vienen de fuentes para él fiables. En los dos primeros párrafos del capítulo dos, por ejemplo, anota:

“… la memoria es el reloj vital del individuo. La memoria lo es todo, en particular si uno no cuenta con la ayuda de apuntes o con el apoyo de esos cuadernos utilísimos llamados agendas, que las secretarias diligentes guardan con todo celo.

No recuerdo la fecha exacta de lo que en seguida voy a contar. De estas cosas nadie toma apuntes y nadie las deja en una agenda porque nadie, en una situación así, supone que se verá obligado a escribirlas en el futuro. Por lo tanto redacto de memoria, pero convencido de que no he olvidado los hechos fundamentales.”


La transcripción vale un dardo de humor negro. Allí está, para el lector, la palabra empeñada del periodista que asegura lo que no se perdona al historiador: fiarse de sus recuerdos. Menos aún, cuando el historiador escriba de lo ocurrido siglos atrás, pues aún no había nacido. Sin alargar teclazos en el asunto, los testimonios deben leerse no como la verdad a pies juntillas sino como una versión de los hechos que pretenden narrarse.

Sean de Arreola, de Julio Scherer o del conductor que piloteaba la camioneta blindada, se trata de atestiguaciones. Y aunque el fundador del semanario Proceso, a veces es más precavido, no queda libre de que su lector caiga en la tentación de preguntarse si todo lo que se le cuenta fue verdad. Mucho menos cuando pensamos, por mero oficio de acercamiento a la lógica, si aún en el año de 1986 era posible tocar la piedra de la que manaba no sólo agua del mito presidencial sino la decisión de apoyar o exterminar a un medio o a un periodista que osara echar piedras a la mansedumbre en que se pudrían las aguas del poder.

PRESIDENTES… SIN HIELO, QUE VOY A CANTAR

El libro de Julio Scherer posee la estructura de una larga charla, con alientos, pero al fin duradera. El estilo es sobrio sin caer en la pesadez del ensayo erudito. Se trata más bien de un anecdotario y como tal, rompe y rasga en cualquier momento. Como se indica en la contraportada: “…su escritura está animada por los recuerdos puntuales de sus conversaciones, encuentros y desencuentros con los protagonistas del poder en México, en este caso los presidentes priistas Díaz Ordaz, Echeverría, López Portillo y De la Madrid”.


En Los presidentes no hay retratos intencionales ni capítulos definidos para acceder al conocimiento de un periodo presidencial en particular. Esa característica lo aleja de las tentaciones de quienes pretendieran acercase al libro como uno de texto-escolar. El hilo conductor de la cronología es endeble, la mayoría de las veces, pero eso no desmerece de la narración del periodista. Independientemente de su valor como un documento testimonial, hay que pensar antes en los lectores para quien el libro fue escrito y esos mexicanos contemporáneos de 1986 no requerían una detallada guía de quiénes habían ejercido como sus anteriores presidentes.

Para los personajes allí esbozados, la valoración del periodista. Leamos una transcripción de las páginas 110 y 111:

“…Echeverría y López Portillo parecían distintos y eran iguales, pavorreales ambos. Echeverría ocultaba sus plumas y se mostraba estricto con él mismo, sin espacio para la vanidad. López Portillo desplegaba sus alas y las exhibía orgulloso bajo los rayos del sol”.

Durante el texto, aquí y allá los hilvanes de la memoria.

Lo que pensaron los lectores de entonces y la recepción del libro es un trabajo propio de historiador. La lectura reciente es una muestra de cómo se tejieron, según lo escrito por el propio Scherer, la red clientelar entre el director de uno de los medios más influyentes para las mentalidades en México (como lo fue en su momento el periódico Excélsior) y las personas que ostentaban un poder casi feudal, casi absoluto.

El libro que hoy nos ocupa, tiene además una referencia directa con los oficiales del periodismo y con los estudiantes del mismo. No se trata de un catálogo de diplomacia que facilite la cercanía entre los periodistas y las redes de poder pero sí un prontuario mediante el cual se accede a las posibilidades de acercamiento entre los que dicen y los que hacen. Antes de caer en telarañas, cual moscas vulgares, hay que considerar que Julio Scherer dirigía un medio de peso, el periódico Excélsior y luego, tras su apabullante salida, fundó el semanario Proceso. El personaje no fue un director de pasquines y mucho menos de las emergentes páginas electrónicas que conocemos hoy y eso le permitía las notas con las que ahora, algunos quijotes de la información pudieran llegar a confundir con una carta abierta y cínica: el derecho casi al picaporte en la oficina presidencial.

En Los presidentes, la noción de la exclusiva mueve apenas las cuerdas que accionan el levantamiento del telón. La información exclusiva lo es en la medida que se propicia el acercamiento con los personajes que son claves. Hay una frase en la página 58 de la reedición: “No quiero imaginar lo que puedo saber, general. Cuénteme”. Si la pregunta es llave, la muestra del autor es que sabe cuándo y a quién preguntarle; al menos así lo escribe.

En este libro de testimonios la técnica está presente. La memoria es un banquete que se sirve con varios platos. Muestra de ello es que ante las posibles lagunas, el autor tiene a mano a otros testigos y cuando los entera que hace un libro, les solicita que entreguen un escrito donde expliquen su versión. Palabra de autor y de sus amigos, ¿quién los desmentiría?

Para finalizar y como una nota amable para los colegas y desatenta para el erario, voy a referirme a que en Los presidentes me encontré con el origen del “chayote” o el embute. El testimonio, por escrito, lo entregó el reportero Elías Chávez. En las páginas 158-159 se lee…

“Informado Elías Chávez de la preparación de este libro, le pedí pormenores sobre el embute en las fuentes reporteriles. Se remontó a Díaz Ordaz y remató con la campaña de la renovación moral. Fruto de sus conocimientos y experiencia son estas cuartillas estrictas:

El chayote florece a su máximo esplendor desde que Gustavo Díaz Ordaz institucionalizó su irrigación. Mientras el entonces presidente de la República pronunciaba un día de 1966 el discurso inaugural de un sistema de riego en el estado de Tlaxcala, entre los reporteros corría la voz: ‘¿Ves aquel chayote? Están echándole agua. Ve allá’.


Allá, semioculto por la trepadora herbácea, un funcionario de la Presidencia entregaba el chayote, nombre con el que desde entonces se conoce el embute en las oficinas de prensa”.


El mismo Scherer, en su muy posterior libro La terca memoria (2007), escribiría una frase: “El chayote espina, pero alimenta”.