martes, abril 14, 2009

Niños, la indolecia



Hace apenas veinte años que los niños fueron sujetos de la proclamación de sus derechos. En aquel gesto, apenas de buena voluntad o de obligatoriedad, se anheló una suerte de avance que mostraba, en principio, cuánto había que retroceder en la sombra de la humanidad para reconocer que los menores de edad eran también sujetos a quienes los protegía una ley. Ya no se trataba de emplear los términos diminutivos que despúes se tamizaban en peyorativos; no eran “personitas” con oportunidad a los privilegios que gozan las personotas, pero aún con todo, esos derechos de infancia se confundían en el momento en que también se hablaba del derecho a la salud y a la educación.


El mundo de los adultos tenía que adecuarse a los niños. El simple marcaje de la edad y el género ya eran barreras suficientes como para que las desigualdades quedaran a flor de piel. Sociólogos y trabajadores sociales han recalcado que en un país como México, cada niño enfrenta una especie de juicio al estilo de “suprema corte de justicia” y para muestra, ese duro enjuiciamiento arranca por la liviandad del lenguaje que algunas figuras públicas emplean cuando se refieren a los niños.

La presidenta del DIF municipal de la ciudad de Xalapa, Mariana Munguía, resaltó su liviandad en un reciente discurso. Ella, funcionaria o dama de sociedad obligada a la falsa beneficiencia, se refirió al problema de los niños de la calle como si se tratara de atractivos turísticos o de animalitos cerreros. Mencionó que en la temporada vacacional aumenta el número de niños en la calle y su explicación más sencilla fue decir que era porque estaban de vacaciones y como están inactivos, entonces les da por pedir dinero. No contenta, alargó su explicación: “En vacaciones a estos niños les resulta el llevarse una gratificación o dinero a la bolsa para sus gastos o para la maquinita o el dulce”.

La presidenta del DIF municipal nos muestra que tan sencilla es su lectura o su versión sobre la población infantil de una ciudad formada por unas 428 colonias, de las que seguramente excluye las zonas de fraccionamientos de lujo. La funcionaria no conoce la vida de barriadas de la capital veracruzana, ni un sólo cuento de Dickens o en todo caso, prefiere las películas de Disneylandia.