Cuando tras la conquista, los nuevos amos de la señorial ciudad de México-Tenochtitlán se percataron de las desventajas que había en refundar la capital novohispana en un islote, comenzaron a hacer ejercicios de imaginación y apuesta. El problema era que el islote se inundaba en cada temporada de lluvias y para 1604 y 1607, la situación fue tan crítica que consultaron y trajeron a un experto alemán, Heinrich Martin. La solución fue desecar, poco a poco, el lago que rodeaba a la antigua capital del imperio mexica.
El ayuntamiento de entonces, el virrey y la Iglesia salvaban el dinero invertido en la construcción de edificios y también se aseguraron que los nativos no tratarían de revivir glorias pasadas. Se exterminó el entorno lacustre al son de que si el agua estorbaba, era mejor quitarla.
Resultó lo que hoy día no es sorpresa, la primero muy noble y leal después llamada ciudad de los palacios está justo en el sitio donde no debiera haberse edificado jamás. Para decirlo con un símil, sus cimientos descansan sobre un cascarón de huevo. No hay vuelta de hoja ni fuerza humana que pueda revertirlo. Algunos científicos, tachados de apocalípticos, han pronosticado que el hundimiento de una gran parte de la ciudad será inminente (mismo que ya se verifica en la mayor parte de los edificios del “centro histórico”).
El terremoto de 1985 fue la muestra del desastre metropolitano más reciente. La tormenta de 1629, que rompió el dique ordenado por Heinrich Martin y mantuvo anegada a la ciudad durante cinco años, ya sólo es recuerdo de historiadores y científicos ambientalistas documentados. Y de ser verdaderas las voces que escuchan los que se entienden con los espíritus, ni Felipe Calderón, Marcelo Ebrard y las vírgenes de los Remedios (la Gachupina) y Guadalupe (la criolla) podrían evitar un colapso revelado, dicen los espirituosos, para el año 2012.
Los que oyen voces en su cabeza, lo aseguran. Los científicos se han limitado a proyectar la posibilidad, dadas las circunstancias actuales. Y si ningún mexicano desea que ocurra, también ningún mexicano debe permitir que sus autoridades directas exterminen el entorno de sus propias ciudades. El problema está en tapar la boca por unos años y con un trapo a los políticos y a los conductores de programas de espectáculos y comenzar a tomar en serio a lo que advierten los científicos.