Cada día de san Isidro, que es también “del maestro”, son profundas y sentidas las reflexiones sobre la aportación de los profesores a la sociedad. Los mexicanos, que somos tan dados a jugar al lagrimeo carecemos de una versión fílmica nacional que se parezca a la película de James Clavell, Al maestro con cariño (To sir with love, 1967), pero no faltan los refritos de Simitrio (1960) donde José Elías Moreno encarna a don Cipriano, un viejo maestro rural que es víctima de su edad y entrega docente.
Si nos atenemos a la queja de los profesores de “vieja guardia” que se lamentan que en la actualidad su trabajo ya no es motivo de respeto, habrá que hacer una apuesta sobre esos valores que se mueven en una sociedad y por lo tanto, apuntalan o echan por la borda una actividad determinada. La mitología que nos prevé el mismo cine mexicano no está exenta de cintas que hacían de notas laudatorias a la actividad de los maestros. Unas con menos tino y otras horrendas, las películas surgieron en momentos determinados.
Mencionaré sólo tres en orden cronológico. Río escondido, filmada en 1947 bajo la dirección de Emilio el Indio Fernández, es un drama rural donde la maestra Rosaura Salazar enfrenta al cacique Regino Sandoval. Para 1960, Simitrio, otro drama rural de menor envergadura que la película del Indio Fernández, narra la intervención de un profesor en la vida cotidiana de un pueblo rabón. El colmo, pero en su versión animosa, es cuando en 1971 se estrena El profe, estelarizada por la cuasi gloria nacional, Mario Moreno, Cantinflas.
Si los tres filmes están relacionados con la actividad magisterial en áreas rurales de los distintos México que aborda (verifíquense las fechas de estreno), un observador detenido advertirá los niveles de narración que guarda la figura del profesor en cada uno de ellos. De la gravedad y valentía con que el magisterio se aborda en el primero; para Simitrio ya se trata de un abordaje ligero y más parecido al melodrama. El profe remite a la usanza picaresca y melodramática de Ismael Rodríguez (con la saga de Pepe el Toro), pero con el inconfundible sello de un Mario Moreno que desea parecer serio pero no puede eludir a Cantinflas.
Sólo como ejemplo, son tres muestras de cómo la industria del entretenimiento abordó y propició la imagen de la cultura popular sobre su magisterio nacional. Para no dejar de lado la industria del ocio anoto dos muestras, a vuelo de tecla. Están las bobadas de la serie televisiva de El chavo del ocho, cuando los capítulos muestran que el profesor Jirafales es incapaz de arremeter contra el ingenio de sus alumnos. El acabóse lo muestra otra serie de televisión: La escuelita de Jorge, donde los profesores son dos payasos que no se libran del ingenio, sino de la barbajanería de los mamarrachos que tienen por alumnos.
Con estos referentes no hay por qué espantarse de las tropelías de una maestra Elba Esther, a nivel nacional, o de los caprichos de una Acela Servín, en Veracruz o de que en el estado, líder que toca el pandero de un sindicato se gane en automático una curul en el congreso local y a veces, hasta una presidencia municipal.