lunes, junio 01, 2009

En papel no, gracias


Ayer, en Boca del Río, un vendedor de perritos calientes se quitó la vida. Tenía veintisiete años y para dejar constancia de su última voluntad prefirió el video que le permitía su teléfono celular a tomarse la molestia de escribir sobre papel el clásico mensaje póstumo. Con independencia de los motivos del joven, que siempre darán cuerda para hablar de valentía o actitud cobarde, resulta evidente que las nuevas tecnologías desplazan el uso corriente de los soportes clásicos.

Si el joven suicida pensó o no en la facilidad de hacer constar su voluntad final, hay que tomar en consideración que cada vez decrece la vieja actitud occidental de hacer que, para los vivos, la verdad descanse bajo el juramento de no mentir. A un hombre y mujer contemporáneos que se suponen prácticos ya no les basta la manera anglosajona de jurar la verdad sobre la Biblia o el talante latino de empeñar la propia palabra hasta que se demuestre lo contrario.

Lo que se dice o se interpreta carece de valor si no está respaldado por la exigencia de esa regencia todopoderosa e infalible que es la madre ciencia y la madrastra tecnología. Desplazado el poder de la Iglesia y el miedo a la cólera de Dios, no hay declaración de vivo que valga la pena atender si no está acreditada por los soportes electrónicos y avalada por un fiador científico. Santa Teresa es para nosotros una mujer que padeció altos grados de esquizofrenia y no la poetisa mística que padecía los arrebatos por inspiración divina. Los locos geniales han perdido la protección de sus dioses.

Hace no mucho que los mexicanos nos percatamos que un ex presidente de la República tiene derecho a declarar lo que se le venga en gana, pero un borrón de la ciencia médica que determina una disminución de sus capacidades mentales es suficiente para no creerle. En ese caso, la diplomacia dejó el tamiz de la política para cobijarse en la neurología y como los acechos de la amenaza de epidemia nos hicieron mirar con una admiración asustada a la ciencia, damos por hecho todo lo que se nos diga.

Aunque ese todo que esperamos por verdad se constriña al “sí” o “no”, sin mayor explicación que lo que conste. En el medievo, los siervos y los villanos temían los sermones y dictados de teólogos y frailes embutidos en sayales. A partir del siglo XIII, esos listillos hablaban al pueblo sumido en la ignorancia de los castigos de la culpa eterna y los sufrimientos que les deparaba el infierno. Siete siglos después los frailes ya no asustan. Pero hemos aprendido a tener reserva o prevención de lo que nos dicen quienes lucen la bata blanca y cargan en sus manos con la varita mágica de la tecnología.

La catarata ya corrompió la pupila del gran ojo de Dios que todo lo veía y por tanto, todo lo juzgaba. Cada ser humano que tenga una herramienta de tecnología en la mano es capaz de convertirse en testigo y juez de su propio quehacer o el del resto, a quien logre descubrir con las manos en la masa. Los suicidas y los que han perdido la ilusión hacen constar su amargura en teléfonos celulares y en bitácoras electrónicas. Ya jubilamos al ojo de la deidad; ahora, esa mirada está para servicio del ser que con un teclazo lo comparte a todos los seres, por voluntad propia. Lo inédito o desconocido es lo aún nadie se atreve a ventilar.

Primero fueron los periódicos del primer mundo los que dieron a conocer que sus ciudadanos expresaban sus malestares a través de los medios electrónicos; también sus alegrías, pero esas no generan morbo o noticia. Era comprensible si tomamos en cuenta que aproximadamente el ochenta por ciento de esa tecnología aplicada de manera casera es beneficio para los habitantes de los países más desarrollados. Con el tiempo, los periódicos nacionales comenzaron a ocuparse en notas o reportajes sobre la nueva costumbre, crecía el número de mexicanos que manifestaban su infelicidad a través de la Internet.

Al principio de ese nuevo uso individual, los mexicanos usaron la red para conflictos personales: rupturas amorosas, traiciones, infidelidades. Era más fácil escribirlo una vez y que se enteraran todos los conocidos. Mejor tablón de anuncios no se encontraba. Las noticias de los suicidas actuales ya comenzaron de a poco, al menos con los teléfonos celulares. Llegará el día en que Salinas de Gortari abra su muro en facebook para decirnos que aún nos ve la cara.