La Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal ordenó el arraigo y tras tener las pruebas incriminatorias, apuró la aprehensión de un sujeto al que le gustaba la pornografía infantil, intercambiaba el material y demás gracias; cuando las autoridades le pusieron las manos encima, no dudó en declarar que se consideraba guapo. Aquellas palabras causaron más revuelo que el acostumbrado porque el sujeto en cuestión necesitaba un cambio de ropa para ejercer su trabajo. No se trata de un médico pero sí de uno de los pocos afortunados que ejerce lo que estudió. Para ganarse la vida o llenar la canasta, el tipo debía vestir un alba, anudarse a la cintura un cíngulo, echarse la casulla sobre los hombros, leer algunos fragmentos de la Biblia, recitar el misal romano y santificar una oblea en nombre de dios. Daba misa o chambiaba de padrecito en la iglesia san Pedro Apóstol, de la ciudad de Xalapa.
Sólo Chabela Vargas tenía la garganta lo suficientemente desecha como para gritar al punto de enchinar la piel de quien la escuchara: “Cayó en las redes el león”, estribillo de un viejo corrido. Y desde ayer, todos los que hemos tratado de seguir el caso del sacerdote Rafael Muñiz, acusado de delincuencia organizada y pornografía infantil, parecemos recordar el estribillo que cantaba la Vargas. Todos, menos el vocero y las autoridades de la propia arquidiócesis de Xalapa quienes, a pesar de las pruebas, dicen que no, que el padre es tan bueno como el que cada noche moja su bolillo en una taza de chocolate caliente.
Tampoco la Iglesia quería prestar atención a un loco que juraba que la tierra era redonda. Pero le prestó oídos y hasta canonizó a una monja castellana a la que daban ataques epilépticos y cuando volvía en sí, declaraba que había echado la plática con el mísmisimo dios y por si fuera poco, decía que se casaba con él. Se llamaba Teresa y era de Ávila. En lugar de loca, le dijeron “mística”. ¿Cuál es el criterio para decir que unos están locos y otros son presas de arrebatos místicos?
Pero el cura Muñiz no hablaba con dios, hasta donde la arquidiócesis de Xalapa ha dicho. Lo que sí consta es que, obvio, una vez que se ordenó su arraigo, sus cuates echaron montón y salieron a defenderlo para expresarle a la opinión pública que por ser “padre”, era bueno. No sólo tuvo porras de parte de la curia; hoy se cumplen tres semanas en que en el mismo Congreso del Estado de Veracruz, en sesión, el diputado panista José de Jesús Remes Ojeda, subió la tribuna para hacer un pronunciamiento sobre la inocencia del sacerdote inculpado. Hoy, también se cumple una semana en que el mismo diputado, esta vez quizá con un arranque místico, dijo a los reporteros que eran los masones los que hacían la campaña en contra del padre.
En un país como el nuestro, relacionar la sotana con la vida pública es llevarse mal con todos, pero quien la lleva, se supone, debe estar excento de las posibles tentaciones que le ofrece el mundo, debe renunciar a ese todo, órbita pecaminosa. Pero esas son meras ideas que sirven para alimentar los idearios de curas galleteros y de bautizos. Parte de ese lastre lo ha originado la industria del entretenimiento, que ha mal vendido la imagen del ideal de un sacerdote.
Lo que llega al gran público son mensajes ambiguos de lo que “debe ser” porque hasta la fecha, en México, poco se ha querido abordar lo que es. Revisemos sólo dos momentos de la venta de los idearios del buen sacerdote, como amigo de su feligresía y defensor de los pobres, desamparados y muchachas virginales. La telenovela El padre gallo, protagónico estelarizado por Ernesto Gómez Cruz; la película El padrecito, con el mero Cantinflas. ¿Quién no jura la inocencia de esos dos curas galleteros? Y eso que el padre Gallo era puro jarabe de pico, pero como era tan a todo mecate, recibe el perdón del pueblo.
Con esos alimentos al alma y al ocio, ¿cómo no pensar que los ensotanados y los diputados miopes crean que el pueblo los va a seguir a grito pelón de “Viva Cristo rey”?
Del filme Nazarín (Dir. Luis Buñuel, 1959), mejor ni hablamos, los curas jodidos y místicos no son del agrado de los que defienden curas.
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