martes, julio 14, 2009

Licenciados, maestros, doctores y postgraduados, en lo que se encuentra chamba


El drama de cada año se repite: el sistema estatal mexicano no tiene aún la capacidad de atención a los jóvenes que egresan del bachillerato y quieren continuar sus estudios en las universidades públicas. Pero la universidad que es propiedad del Estado, a excepción de dos muy buenas y que sólo están en la ciudad de México, es un terreno de disputa para distraer a quienes, o bien tienen la oportunidad de ser sostenidos por sus padres o bien tienen la gran ventaja de gastar unos años más y convertirse en licenciados, maestros, doctores, especialistas en la rasquiña de la uña del dedo medio.

En la máxima casa de estudios de Veracruz, lo más serio y responsable que en materia de educación universitaria hay en el Estado, la preocupación de las autoridades está centrada no en el sistema de ingreso de los poco más de once mil alumnos sino en el cambio de o el relevo en la rectoría de la propia universidad. De todas formas, a las autoridades universitarias, existan procesos de renovación de la rectoría o no, el drama de los rechazados es pan ácimo remojado en vino, un mal platillo que hay que degustarse cada año.

¿Y qué dicen los ocho candidatos a la rectoría de la Universidad Veracruzana sobre los jóvenes que por exclusión o por haraganería no lograron “aprobar” un examen de selección? No tenemos ocho discursos ni siquiera bien elaborados sobre la postura que adoptan o que adoptarían porque si bien todo son buenas intenciones, quizá parece que a los candidatos les preocupa más llegar a la silla más alta de “Lomas del Estadio” que al escritorio de una universidad pública que se ha volcado sobre su propia grilla, sus propias canonjías y la necesidad de malinterpretar el poder de la de educación.

La Universidad Veracruzana no existe gracias a las gestiones públicas o al fulgor de algunos de sus miembros, cosa que se agradece en demasía. La universidad debe tener como única razón de ser al servicio de un alumnado que confía en que sus profesores son académicos que les brindarán las mejores herramientas para enfrentar lo que vendrá en su futuro: una “pasaje” de no menos de veintisiete trabajos en su vida laboral o el estancamiento en un empleo seguro a cambio de cinco mal pagados pesos. Lo de los veintisiete trabajos en la vida laboral suena a las cuentas que hacen los políticos cuando les gusta tanto hablar de sus acciones traducidas a los números: de a trabajo por año.

Eso de a “un trabajo por año” puede sonar como una exageración. Sí, para quienes tienen la oportunidad de leer un libro al mes, de hojear un periódico a diario, de comprar una revista de modas o de repatingarse en el sillón de su casa para ver su comedia favorita. Pero hay un sector emergente, conformado cada vez por un número aplastante de mexicanos para quien la vida es un cambio y un albur constante. Allí están no sólo los desempleados, que los hay muchos, sino esa parte que cuenta con los estudios suficientes como para ganar una millonada y se tiene que conformar con lo que, según el peso del diploma, la medalla al mérito y el grado, son apenas los elementos necesarios como para que él o ella tengan derecho a la seguridad de un trabajo y a una vida con decoro.

Pero esa parte de los esa parte de los desempleados con título generan un cultivo de frustración porque ¿de qué les sirve que les llamen desde licenciados a doctores si no tienen mayor opción que hacer de todo lo que no aprendieron en las aulas universitarias sólo por el hecho de contar con una buena oportunidad, en serio, para cambiar de lo que uno estudia?

Allí se comienza con la creación de malos trabajadores, de personas que tienen emparentada la posesión de un título universitario como si se tratara de un pergamino de nobleza. Aquí lo importante no es el papel o la famosa tontería verbal de: “Esta credencial acredita”. Se trata sí, de adquirir herramientas para enfrentar el mundo que se viene. No se trata de lucirnos, como lo hacían los administradores-nobles del imperio Chino, que estaban mejor calificados si tenían habilidades y conocimientos en poesía, en música y en danza.

La competencia es una cruz o una estrella de cuatro picos donde cada una de sus puntas es una de las habilidades que se requieren para abrirse paso en la cada vez más estratificada violencia laboral. Hay que ser lógico, saber leer (no sólo para recitar a Neruda o citar a Octavio Paz), tener razonamiento matemático y capacidad de disfrute artístico. No para ser bonitos o elegantes sino para acceder a las formas más altas de la cultura que son: arte, ciencia y técnica.

Pero no siempre cuenta, como dicen algunos versos: uno no siempre, uno no siempre quiere. ¿Pero qué le explican estos ocho candidatos a los que jóvenes que ya se quedaron excluídos y cuyos padres están haciendo los cálculos necesarios para el pago de una escuela privada? “Universidad” en Xalapa, sólo la pública… el resto es el negocio de los ballenatos que se hacen ricos y gigantes gracias a que venden títulos como papel de aseo anal y se inventan carreras de licenciados, maestros y doctores.