lunes, agosto 03, 2009

Ay, mi Carlitos Fuentes, él a sus novelas barrocas o totales, que las óperas le quedan re gachas



“Descifrarán los hados el misterio,
y quedará de ajeno desvarío
librada mi advertencia en desengaños”
Juan de Tassis


En un siglo, si aún existe como tal el país al que ahora llamamos México y un escritor laureado llegue a sus ochenta años, tenga reconocimiento internacional y cuente con lectores y se le ocurra, porque su trayectoria es imporante, que con su pluma puede hacer lo que se le antoje: aquel escritor puede llegar muy lejos. Incluso, puede traspasar lo imaginado y comenzar a pedir caprichos y lo que es peor, a que sus cuates, que tambièn son importantes, hagan lo necesario por cumplírselos.

Hace algunos ayeres, cuando el homenaje nacional a Guadalpe “Pita” Amor, ella que estaba tan loca pero que mandó una lista de peticiones exóticas y claro, se las cumplieron. El teatro de Bellas Artes, colmado más que nada que por jóvenes que recién descubrían a esa magnífica poeta mexicana, miraron con los ojos abiertos cual platos que se corrió el famoso telón y del fondo negro, como la noche más triste de Tenochtitlán... comenzaba a avanzar una especie de carro alegórico.

En ese carro que se parecía a los que se usan para el carnaval, iba sentada, en un trono como de zarina, la décima musa. Iba la Pita, pues. Loca como estaba, no le importó solicitar esa extravagancia y además, como era ella, toda pintarrajeada: de sus viejas mandíbulas colgaban los pellejos que una vez fueron bellas mejillas donde pusieron sus labios todos los grandes intelectuales, políticos y militares de México que veía los albores y rubores del siglo XX. Pita la extraordinaria loca, que no era como Juana de Castilla; esta loca es más nuestra y aquel día de su homenaje, de su cuello flácido pendían todos los collares que pudo colgarse. No conforme, cuando ese carro llegó casi al proscenio, a la par de la lluvia que se escucha cuando se crean los aplausos y que esa tarde duraron poco más de una hora, del cielo falso de Bellas Artes, llovieron pétalos de rosas, todos rojos.

No todos los literatos que llegan a los ochenta años reciben el mismo trato y deferencias. Para eso hay que saber un poco más que frases célebres en latín y citar de memoria párrafos enteros de los autores franceses e ingleses, en sus lenguas originales.

Hay que tener y gozar de privilegios, como llamarse Carlos Fuentes, por ejemplo. Y entonces sí, hay posibilidad de publicar lo que se venga en gana. Pero no todo lo que brilla es oro. Carlos Fuentes, referencia obligada en las letras mexicanas del siglo XX, intentó dejar su territorio de la novela para hacer el experimento del teatro y fracasó. Descansó de escribir novelas para adaptar a cine Pedro Páramo y el resultado tampoco fue el mejor.

A Carlos Fuentes le debemos novelas entrañables y como señaló un crítico muy atento: “Ha sabido padrotear mejor que nadie los desaguisados y malos entendidos que propicia la mala lectura de la historia de México”. En efecto, allí donde la laguna es evidente, la pluma del escritor ha sabido mofarse o exprimir las situaciones inconexas para tender puentes entre sus lectores. Esta su intento de totalidad del siglo XX mexicano con Los años con Laura Díaz, pero también las ciudades perdidas en la memoria, como en Cambio de piel.

Uno de sus viejos amores delató a Fuentes y dijo que a “Carlitos” lo quería mucho, pero que cuando se ponía a escribir, a veces cometeía demasiadas barbaridades. Ella filtró que el final de la novela Aura, fue inspirado tras ver una película gringa. ¿Verdad o ardor de amor no correspondido? Cosa que a Fuentes no le quitó el sueño ni las ganas de seguir escribiendo siempre con la misma máquina y con el índice de su mano derecha. El gran inquisidor de la historia mexicana que cuando escribe una novela, prefiere Londres por razones de técnica: allá, dijo en una ocasión, la comida es mala y la gente muy fría. Trabaja a un ritmo de diez cuartillas diarias y camina, para airear sus ideas.

Ese Fuentes le gusta a sus lectores. Pero desconcierta el que escribe libretos de ópera, como la Santa Anna, que recién se estrenó e la ciudad de México el año pasado, como parte de su Homenaje Nacional y que provocó gastritis entre los conocedores. Y es que en Xalapa, el viernes pasado tuvimos la oportunidad de disfrutar la Santa Anna con libreto de Carlos Fuentes y música de José María Vitier. La vida del locuaz dictador veracruzano ha dado pie a filmes y a cientos de novelas, unas regulares y otras peores, pero ahora que va de ópera, da a pie a que nadie quiere decir que es horrible porque teme la furia del gran jefe de la alta, muy alta, inalcanzable aristocracia de la cultura mexicana.

Santa Anna, la ópera escrita por Carlos Fuentes, no es zarzuela, pero lo parece; no es opereta, pero se le acerca; no es pato, pero se escucha como pato. ¿En cuánto saldría al erario el regalito que las autoriades le hicieron a don Carlos, con motivo de su cumpleaños? ¿Saldría más caro el carro de fiestas carnestolendas que le concedieron a la poeta loca?

No todos se llaman Carlos Fuentes... en México, eso sí, a veces “todos éramos Marcos” y de repente la historia se nos olvida y vitoreamos: “Todos somos Juanito”.

ungulaymenique@gmail.com