lunes, agosto 10, 2009

Los oficios de enseñar o de encender una veladora para que en el cielo la hermosa mañana y caiga una plaza

Imagen del google

Todos guardamos algún recuerdo relacionado con la buena enseñanza que se imparte en las escuelas públicas y hay quienes han elegido su vida profesional gracias a la influencia de un buen maestro. Pero si hay balanza y se sopesan los recuerdos, seguramente ganan más los del profesor resignado a pasar la vida en el aula, el que el primer día de clases se presenta ante los alumnos con tono socarrón y los amenaza con palabras tales como: “pocos han promovido el curso” o “es una pena que estén aquí, sentados”.

Los alumnos adoran a sus profesores que les hacen la vida sencilla; pero temen a los que cobran las hojas en que deben responder las respuestas de su examen o hay de plano los jovencitos que hablan con sus padres desde el inicio del semestre y les previenen y se curan en salud con la historia de: “El maestro fulano reprueba a casi todos sus alumnos y sólo aprueban los que asisten a un curso que imparte los sábados”.

Pero también hay recuerdos de los profesores que comparten sus responsabilidades académicas con puestos de carácter público y son muy apreciados por los muchachos. Cuando los funcionarios tienen el tiempo de asistir a dictar clase, aprovechan una actividad extra para leer el periódico o revisar su agenda y de todas formas no hay manera de extrañarlos, la siguiente lección será para cuando la suerte guste y mande.

Otros profesores de los que guardamos recuerdos son de los entusiastas que siempre tienen la vocación de formar parte de las comisiones de festejos o de concursos de algo. Ellos se ausentan de las aulas porque andan en la talacha de poner en alto el nombre de las escuela y de que chance y entre un declamador o un dibujante, descubran a la reencarnación de Pablo Neruda o del mismo Greco.

Hay profesores de insignia y también de muestra. Los hay que se visten de manera clásica y todos los días de una semana habitual repiten la misma vestimenta. Algunos son un poco tartamudos y los alumnos les toman la medida y el ritmo. Los memoriosos no apasionan a nadie porque aburren de tanto citar lo mismo. Pero los nuevos, ah, los profesores que son nuevos, siempre se distinguen de la vieja jauría que toma café soluble en vasitos de unisel y fuma a escondidas...

El nuevo usa portafolios y está un poco inseguro de si lleva o no bien lustrados los zapatos. Además de guardar meticulosamente cada trabajo, maneja listas para consignar: asistencias, participaciones en clase, tareas y dos o tres más etcéteras. Es amigo de las nuevas tecnologías y no le empacha poner música durante su clase o innovar la tradición pedagógica y aventurarse con sus pupilos en cuestiones de la Internet. Es nuevo y quiere enseñar...

No sueña con la pronta jubilación como sus compañeros lobos, más sabios en cuestiones de control y disciplina, más laxos, más a la espera de la hora de la salida y a la bendición de cada viernes, pero más agradecidos por el cheque puntual de cada quince. De entre los experimentados, hay tres distinciones. Los alegres, esos que no saben ir por la vida destilando rencores y prefieren sonreír y optan por disculpar las fechorías de sus alumnos, porque: “Son jóvenes”. Los segundos son los iracundos, ríen o explotan de acuerdo con las situaciones, son tan afables como ogros, se reconcilian cuando como perrillos falderos, los sigue un listillo y se tornar verdes como lagartijas de marzo entre los helechos cuando un valiente reta su autoridad.

Los últimos son lobos reacios. Optan por abrir un libro mientras sorben el primer café de la mañana; es un remedio infalible para que no se acerquen los demás integrantes de la jauría. No les preocupan los días feriados o los asuetos que no están a su alcance, gustan de hablar y acuden puntuales y bien acicalados a sus aulas, reprueban poco, asisten mucho y son los que jamás, por nada del mundo, irán en la caravana que marcha durante los desfiles ni asisten a las rifas ni a las comidas de maestros ni a los comelitones de sus líderes ni a las ceremonias del acto a la bandera ni al festival del día de las madres ni a la rifa del arcón navideño.

Y ahorra gaurdo cada una de las cartas de esta lotería que puede barajarse una y otra vez. Ocurre hasta en las mejores familias. Al ingresar a un curso, cada alumno recibe un cartón que tiene figuras impresas y mientras alguien “canta” cada una de las cartas, los niños o jóvenes, resignados y con su frijolito entre índice y pulgar, dejan caer la semilla negra según corresponda: El valiente, la dama, el peleonero, el catrín, el perico... y así hasta que llenan sus respectivos cartones, gritan “Lotería” y a cambio les entregan otro cartón donde se lee y consta que han estudiado.

Afortunados aquellos en cuyos cartones apareció, al menos una vez: el profesor. Las otras figuras sólo tuvieron suerte y deben estar impresas porque así es la vida.

ungulaymenique@gmail.com