martes, octubre 13, 2009

El turismo médico se parece a los paseos medicinales porque alguien saca raja


Con alguna reiteración se ha señalado que México puede ser un país que no tenga como destino sólo al turismo de ocio sino al cultural, al de deportes extremos y ahora se comienza a incluir y hacer pensar que también puede funcionar la implementación del “turismo de la salud.” Obviamente no se trata de organizar viajes o peregrinaciones a los sitios donde por tradición, acuden los aquejados por una enfermedad.

El turismo de la salud al que se refieren algunos adelantados es al que se puede promocionar fuera de México, porque en comparación con países de origen, los precios a los que llega la aplicación de tratamientos médicos en nuestro país están muy por debajo de los altos costos en el extranjero. Como si se tratara del doctor Simi: “lo mismo, pero más barato.”

Pero entonces hay que situar las condiciones de a qué tipo de “turismo” se refiere. Primero, atinemos en los servicios turísticos generales para que podamos aterrizar en un rubro o un apartado tan delicado como el tratamiento de las enfermedades. Si por turismo en general comprendemos los atractivos recreativos, históricos y culturales con que cuenta una determinada región, debemos reconocer que en casi cualquier zona mexicana hay un lugar bien explotado o uno en potencia de generar dinero.

De esos lugares debemos distinguir los tocados por el dedo de los gobernadores o de las cámaras de hoteleros y restauradores, los hay con categorías para distintas clases sociales. No es lo mismo el balneario casi rústico de “Hierve el agua” de Oaxaca, donde niños descalzos venden refrescos tibios que cargan en cubetas de plástico o los elegantes “Cenotes” de las zonas donde arriba el gran turismo, en la península de Yucatán y donde los visitantes son conducidos por guías de cabellos engominados y moditos de señorita porfiriana.

México es uno de los países de Latinoamérica que cuentan con mayor litoral, pero sus playas no son abiertas para todo el público. Mencionaré cuatro playas que tienen que ver con diferentes puntos de la república y a partir de allí establezcamos la comparación. En la Riviera Maya hasta las ediciones de los periódicos son más caras, la arena es muy fina y el agua se difumina en varios tonos que van de azul al verde.

Sigamos. En las playas veracruzanas sobran los turistas defeños y los incautos, porque se meten a nadar; la mayoría de sus habitantes, gobernador incluido, saben de que en Veracruz las aguas no son nada fiables, pero los atardeceres son prometedores. Digamos que donde las plameras se quedan borrachas de sol, lo mejor asolearse y beber mucho agua de coco para evitar la deshidratación. ¿Cuándo se ha visto que el líder del sindicato de petroleros y el gobernador veracruzano se pasen juntos, con sus familias, unas inolvidables vacaciones de Semana Santa en las playas veracruzanas? De la respuesta que ofrezca cada lector, depende la fama o la infamia de muchas de las playas que las olas lamen en las playas de los litorales veracruzanos.

Acapulco de María Bonita, de la películas setenteras y de las hordas chilangas… Bahía de atardeceres y gringas en el corazón de todos los que están dispuestos al ligue o al desfogue. Turismo caro pero asequible con ciertos ahorros, playas y al final el espejismo, la bahía mágica no puede ser eterna para los humanos tan finitos, ni siquiera para el cantante Luis Miguel. Acapulco es para vacacionar, no es vida y si no, que se lo pregunten a los que conforman el pueblo, los que habitan de la Costera Miguel Alemán cerros arriba: servicios deplorables y un calor de los infiernos.

El último punto es Cabo San Lucas. “Chido como ningún sitio del Paraíso, donde se vende la ‘mois’ más chida pero más cara, maestro, uy que sí, marihuana hidropónica, libre de contaminantes y porquerías, pero nomás sale a la venta y toda se la acaparan los putos gringos,” contaba, se lamentaba y extrañaba un conocido que justo allí se había fumado cinco años de su vida, bajo el pretexto de hacer patria a través de una actividad noble: el turismo.

Queda claro que los sistemas de salud en México, como sus playas, no son iguales para todos. A menos que los extranjeros pudientes se decidan porque los guías de cabellos engominados los lleven a los centros de devoción, más que de curación, a los que asiste la mayoría del pueblo mexicano. Pero si los provisores atisban que este país pudiera convertirse en un polo de atracción para los que buscan la salud en el sistema de atención “gratuito” nacional, pues las cosas no parecen muy halagadoras que digamos.

Es verdad que cada año, los sistemas universitarios egresan a médicos y enfermeras y en menor escala a especialistas, pero no sobran los espacios en los centros de atención hospitalaria como para que de la noche a la mañana se abarroten los lugares de cura y sanación. Si el sistema apenas tiene la capacidad de atender al grueso de la población que por nacionalidad tiene derecho, en teoría, a una atención justa: ¿podremos convertirnos en la promesa permanente de la salud? Los precios en comparación a lo que cuesta una atención médica en los Estados Unidos dicen que sí, pero la realidad es otra.

Lo que tenemos resuelto es el turismo de basílicas con vírgenes milagrosas y santos piojosos, eso lo constata la Iglesia Católica mexicana cuando hace recuento de sus limosnas, pero, ¿lo otro?