Foto: Graciela Barrera
Por noticias, más que rumores o chismes (que tarde o temprano deben comprobarse) en la ciudad capital de los veracruzanos nos enteremos que no sólo se robaban los cajeros automáticos, sino también las estatuas, los bustos, las placas conmemorativas y en resumen: bronce que se pudiera vender por kilo. Se roban una estatua y acaso una nota dominguera, colocan una nueva y es la rebambaramba.
Claro, las estatuas, siempre tienen una función muy concreta, que es recordar a un sujeto o hecho en particular y el más interesado de que eso suceda son los vivos. No hay que olvidarse tan pronto de lo inmediato, allí está de cuando un grupo de animosos pretendía poner la estatua de Rafael Guízar y Valencia a la mitad de las escalinatas de la catedral de Xalapa y ¿qué le dijeron los masones, encabezados por Arturo Jaramillo Palomino y los simpatizantes? Pues que no.
Y de pronto ya no sabían qué hacer con el muñeco o la estatua y como ya no estamos en los tiempos de agarrar las carabinas y salir a grito pelón con el: “Viva Cristo Rey” pues se llegó al acuerdo que el republicano y xalapeño de abolengo don Sebastián Lerdo de Tejada se quedaba solito y su bronce en la plaza Lerdo y que el obispo, la estatua de Guízar y Valencia, se podría rehubicar.
La cuestión está en que se están perdiendo las estatuas que adornar o afean las calles y glorietas de la ciudad capital de Veracruz. ¿Quién desearía el busto de un gobernador en el jardín de su casa? Puede ser que el senador Dante Delgado no vea con agrado un busto de Patricio Chirinos en el jardín de su casa, o cosas por el estilo. Pero si a decir barbaridades se puede, ¿quién no quisiera venderle a la fundidora que surte a Tamsa al menos las dos estatuas monumentales que adornan la explanada de los servicios administrativos del Instituto Mexicano del Seguro Social en las Lomas del Estadio?
Por angas o mangas, la Universidad Veracruzana ya se curó en salud y comenzará a cuidar su patrimonio “estatuario”, “estatuísticos” y el encuerado que estaba en las afueras de la otrora Biblioteca Central no era un fósil de los Cuatrocientos Pueblos sino la escultura “El pensador”, del artista japonés Kiyoshi Takashi, no sea que como tras esculturas, a esa le de por volar.